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El ruido mismo, sordo y sereno, acompaña, con su nota profunda y velada, el himno interior. Es entonces cuando se aman la luz, los cielos, los campos, los aspectos todos de la naturaleza.

La gente clerical volvía sus miradas a don Carlos, que comenzaba la guerra en las provincias del Norte. El rey de las montañas vascongadas pondría remedio a todo cuando bajase a las llanuras de Castilla. Pero transcurrían los años, venía y se iba don Amadeo, ¡hasta se proclamaba la República! y la causa de Dios no adelantaba gran cosa. El cielo estaba sordo.

Si se pudiera tapar el boquete... Y ¿dónde está? ¿Por qué no nos habremos dado cuenta antes de este desastre? Podemos buscarlo. Hasta ahora no hay más que tres pies de agua, y... ¡Silencio! El Capitán se había inclinado hacia el agua, aguzando el oído. Hacia popa se oía un sordo murmullo, que parecía producido por una corriente de agua. ¡Aquí está! dijo . Baja, Lu-Hang.

Ellos conquistaron el cielo a fuerza de brazos, porque el cielo padece fuerza, y yo hasta agora no lo que conquisto a fuerza de mis trabajos; pero si mi Dulcinea del Toboso saliese de los que padece, mejorándose mi ventura y adobándoseme el juicio, podría ser que encaminase mis pasos por mejor camino del que llevo. -Dios lo oiga y el pecado sea sordo -dijo Sancho a esta ocasión.

«La Virgen está conmigo» pensaba Ana en el lecho, allá en Loreto, y acababa por llorar, por rezar fervorosamente y sentir sobre su cabeza las caricias de la mano invisible de Dios; pero sobrevenía un ataque nervioso, sentía la congoja de la soledad, de la frialdad ambiente, del abandono sordo y mudo, y entonces las imágenes místicas no acudían. Hacía falta un amparo visible.

Los pájaros, que van a entregarse al sueño, gorjean en las ramas, una leve brisa sopla en los pámpanos y el sordo murmullo de la presa sirve de acompañamiento... ¡Cómo ha cambiado su humor de repente! Estaban alegres al empezar; pero las tonadas que cantan son cada vez más tristes, y el acento de sus voces cada vez más quejumbroso.

En una puerta susurraba la guitarra con melancólico rasgueo, contestándole desde otra el acordeón con su chillido estridente y gangoso. Y los ruidos de la plaza, el reír de las gentes, los gritos que se cruzaban entre los corrillos y la música popular, entraban con el fresco de la noche en el salón de las de Pajares, sirviendo de sordo acompañamiento a la conversación de la tertulia.

Y derrepente, cual gigante inmenso A quien dormido ataran al cordel, Despertaste rompiendo tus cadenas Como en el dia de ochocientos diez. Quien alza el grito? preguntó el tirano, Y trueno sordo retumbó á sus piés, Y la corneta contestó en la Pampa: «Yo soy el pueblo de ochocientos diez

14 No maldigas al sordo, y delante del ciego no pongas tropiezo, mas tendrás temor de tu Dios. Yo [soy] el SE

Pero el viejo patrón, ó no oyó las advertencias, ó se hizo sordo á ellas, que es lo más probable, por disfrutar algunos instantes más de la presencia de sus compañeros. ¡Que suelte! le volvieron á repetir más alto. Y nada: el viejo, clavado como una estatua á la orilla del mar, no soltó el cabo.