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Actualizado: 7 de junio de 2025
Al cabo de un rato de silencio, dijo con voz temblorosa: Puede usted hacerme un favor muy grande... Un favor que le agradecería mientras tuviese un soplo de vida... Pero no me atrevo a pedírselo... Le repito que estoy a sus órdenes, y que todo lo que pueda hacer en su obsequio debe usted darlo por hecho...
Algunos días no obstante, a la puesta del sol, un soplo de aire tibio llegaba de la parte de tierra, que advertía deliciosamente a los pacíficos habitantes de Nieva de la presencia en aquel partido judicial de la más amable y coqueta de las estaciones.
Un húmedo soplo, que de vez en cuando movía las hojas de los árboles y parecía subir de las profundidades del bosque iba murmurando en sus mismos oídos: «¡No será para ti!...» De pronto, la presencia de un roble joven y robusto, que elevaba a los cielos su tronco recto y liso, le recordaba a su hijo Simón y le hacía avergonzarse de su vuelta al egoísmo.
Pero el viento sopló más recio, y haciendo un fuerte remolino en todo el recinto del corral, la sacó fuera velozmente. Cuando ella se vió más alta que la tapia, más alta que la casa, que los castaños, que la cúspide del chopo, tembló toda de entusiasmo y admiración.
Las orillas están orladas de mimbres en primer término. Por detrás de ellos asoman algunas filas de álamos blancos, cuyas hojas plateadas, heridas por la luz y agitadas por el soplo blando de la brisa, despiden hermosos destellos. La falúa se deslizaba suavemente, aguantando imperturbable los rayos solares. El aire reseco había perdido sus condiciones de sonoridad.
Sopló una brisa helada del lado de popa que hizo estremecer a las damas, vestidas ligeramente. Mina tosió, llevándose las manos a los brazos y al pecho, casi desnudos, sin otro abrigo que el calado sutil de una blusa blanca. La súbita frescura le hizo imitar a algunas señoras que iban a sus camarotes en busca de un abrigo.
De allí voló de Mayo la simiente, De allí de Libertad el soplo ardiente Que la mente del pueblo calentó; Como se esparcen jugos y colores En el fecundo polen de las flores, Que la brisa en sus alas derramó.
No se escuchaba en la estancia otro rumor que el de las páginas en el silencio. De pronto, una onda ignota, un soplo, algo inexplicable, hízole mirar hacia afuera.
Hacia el oeste, el campo se ensanchaba y extendía en abra, pero que la ineludible línea sombría enmarcaba a lo lejos. A esa hora temprana, el confín, ofuscante de luz a mediodía, adquiría reposada nitidez. No había una nube ni un soplo de viento.
Empezaba el verano; y la fresca brisa, puro soplo del inmenso elemento, les proporcionó un goce suave en su romería. El fuerte de San Cristóbal parecía recién adornado con su verde corona, en honra del alto personaje, a cuyos ojos se ofrecía por primera vez.
Palabra del Dia
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