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Actualizado: 7 de junio de 2025


Hoguera abrasadora del gran Mayo, Do se incendió terrible como el rayo El fuego de un pensar generador; Que el corazon templó cual hierro fuerte, Y dió existencia á la materia inerte, Como el soplo divino del Creador.

No me pidais los versos arrancados Que arrebató en su soplo el huracan, Y que marchitos cual la flor de otoño, Mústios y tristes por el suelo van. Ya no se pueden levantar del suelo, Pues son cual hojas de papel fugaz, Que aun despues de quemadas tienen forma, Y si se tocan son polvo y no mas.

El huracan reina solo, y su soplo abrasado parece contener todo el fuego de un infierno desconocido que existe entre los arenales, las rocas escarpadas, las ciénagas pestilentes y los escombros de las selvas calcinadas.

Parecían dos leones. No les faltó más que olerse. Después se acercaron más, y se estrecharon las diestras con recias sacudidas. Entonces me parecieron dos robles gemelos de la montaña estremecidos por el soplo de una misma ráfaga. No lo que se dijeron, ni si se dijeron algo. ¿Para qué?

El espíritu permanecía tan juvenil como a los diez y ocho años. Era el mismo ser apasionado y tierno, dulce unas veces, iracundo y terrible otras, marchando al soplo de sus caprichos, viviendo en lánguida ociosidad.

Déjame revivir una vez más todo lo que me diste de ternura y de bondad, y olvidar con este recuerdo el frío de la soledad que hiela mis miembros como un soplo exhalado de tu tumba. ¡Qué loca era y qué impía, en sentirme sola mientras viviste!

Al despertar sintiéron que no se podian menear; y era la causa que por la noche los Orejones, moradores del pais, á quien habian dado el soplo las dos damas, los habian atado con cuerdas hechas de cortezas de árboles.

Si era lo primero, luego saltaba el abogado, que se decía muy fuerte en tales asuntos, y allí era aquello de citar autores y el oponer razones que Porras desbarataba de un soplo. Solían ser de aquellas que algunos llaman de «porque si», y había que oír al escribano.

El sol relucía iracundo en las alturas con grandes ansias de reducir á cenizas todos los verdores del valle. El viento perezoso no les daba ayuda con leve y fresco soplo siquiera. Los árboles, las hierbas, las plantas y las flores sufrían á pie firme aquel chubasco de rayos con dignidad y resignación.

Por otro lado, además, hasta fines del siglo XVII, se escribieron y representaron nuevos dramas, que, si bien groseramente, conservaban la forma y el estilo de los antiguos, aunque careciesen del soplo poético que á aquéllos animaba.

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