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Actualizado: 22 de mayo de 2025


Entre los dedos de sus manos bellas Hizo pedazos al soneto altivo, Que amenazaba al sol y á las estrellas. Y dixole Cilenio: ó rayo vivo Donde la justa indignacion se muestra En un grado y valor superlativo, La espada toma en la temida diestra, Y arrojate valiente y temerario Por esta parte que el peligro adiestra.

Y silenciosamente entramos de nuevo en el aposento. Con la luz artificial, las cosas todas presentaban su aspecto de costumbre, y el retrato de mi madre la dulzura inafable de su rostro. Debajo de él, sobre una mesa, se hallaba mi último soneto; lo tomé para leerlo a Rafael, y encontré que estaba humedecido y emborronado.

Apercibiose con asombro de mismo el familiar, de que él, que antes había hecho sin empacho profesión de tímido, y tenido por gala el parecer prudente y bien mirado, no se asustaba de lo que antes le hubiera causado espeluznos; e íbasele la mano al pomo de la espada, que hasta entonces había llevado por adorno, y sentíase más atrevido y más arrojado a todo que Gerineldos, aquel amante de la enamorada sobrina de Carlo-Magno; y pensaba que el del soneto había dicho bien, que tales mudanzas hace el amor, que no son para creídas, según que trastrueca a los que caen debajo de su imperio, y de menguados los cambia en altivos, y de corderos en leones, y de no atreverse a mover un pie sin pedirle licencia al otro, en atropelladores de todo, sin que haya quebradura que no salten, ni obstáculo, por insuperable que sea, que no venzan; pero puesto que a él nada le iba ni le venía en aquello, y que antes debía alegrarse de que la ronda le desembarazara la calle y le permitiera llegar a la puerta de la hermosísima viuda, que sin duda le esperaba, estúvose quedo y esperando a ver en lo que aquello quedaba, cuyo fin y remate, y de quién fuese al cabo la victoria no se veía muy claro: que la calle veníase abajo a cuchilladas; y no dulces requiebros enamorados se oían, sino juramentos y maldiciones, y ayes de aquellos a quienes alcanzaba alguna dura punta; y tanto duraba aquello y tan trabado, que claro aparecía que si los rondadores eran duros de pelar, no eran mucho más blandos los de la ronda, ni había allí que contar con manco ni flojo, según que arreciaba, cuanto más duraba, aquella tempestad de tajos y reveses.

Pues si lo entiendes , yo no lo entiendoEn otro soneto ruega al demonio del culteranismo que abandone á uno de sus poseídos, y que lo deje hablar en su nativo idioma castellano. En una época posterior se ha hablado de una disputa entre Cervantes y Lope, inculpándose ya al uno, ya al otro.

Dieronmela, y venia en ella un soneto malo, desmayado, sin garbo, ni agudeza alguna, diciendo mal del Don Quixote, y de lo que me pesó, fue del real, y propuse desde entonces de no tomar carta con porte: asi que, si vm. le quiere llevar desta, bien se la puede volver, que yo que no me puede importar tanto como el medio real que se me pide.

Pero, sea lo que fuere, lo que decir, que ayer hice un soneto a la ingratitud desta Clori, que dice ansí: Soneto En el silencio de la noche, cuando ocupa el dulce sueño a los mortales, la pobre cuenta de mis ricos males estoy al cielo y a mi Clori dando.

Otras más altas he hecho yo dijo por una mujer a quien amo, y ve aquí novecientos y un soneto y doce redondillas que parece que contaba escudos por maravedís . Yo confieso la verdad, que, aunque me holgaba de oírle, tuve miedo a tantos versos malos, y así, comencé a echar la plática a otras cosas. Yo, por divertirle, le decía: "¿Ve vuestra merced aquella estrella que se ve de día?"

Se adelantó hácia nosotros, y el vientre caminaba dos ó tres palmos delante de ella. Yo me acordé del célebre soneto de Quevedo que principia: Erase un hombre á una nariz pegado, porque, en efecto, la situacion era muy semejante; aquí se trata de Una mujer pegada á una barriga.

La tarde anterior había escrito un soneto acerca de la muerte de un noble portugués, y una larga poesía titulada El siglo de oro. Dejó, pues, de escribir cuando se extinguió también su vida. En los días 19 y 20 aumentaron los síntomas de peligro, y se le sangró, sin experimentar alivio.

Aconsejóle en un soneto que borrase todas sus obras, excepto el San Isidro, y esto sólo á causa de su objeto, y que no añadiese á la desdicha de Jerusalén, de estar bajo el yugo de los infieles, la de ser cantada por él.

Palabra del Dia

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