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Actualizado: 18 de noviembre de 2025
Bajo una higuera, negro parasol de ramajes enroscados, vio a unos payeses ocupados en escuchar a alguien que estaba en el centro del corro. Al aproximarse Febrer hubo cierto movimiento en el grupo. Un hombre surgió de él con rabioso impulso, y los otros le detuvieron, cogiéndolo de los brazos, pugnando por contenerle. Jaime lo reconoció por el lienzo blanco anudado bajo su sombrero. Era el cantor.
Despreciador de los bienes mundanos, su sombrero, que le servía de blanco o de pelota, se distinguía de los demás sombreros como él de los demás jóvenes.
Pido ahora perdón por estas últimas páginas; pero, como el fin de la jornada se acerca y pronto vamos a separarnos, cuento con que serán leídas con aquella paciencia, llena de vagas esperanzas, con que se oye el último párrafo de un fastidioso que tiene el sombrero en una mano y la otra en el picaporte.
Se agita como sobre un trípode y sus palabras se arrastran o retumban con acentos proféticos. Destruye, no obstante, la sofística de Simon, y sin injuriarlo por su intención, hace ver el caos que sobrevendría a la prensa sin ningún género de moderador. El voto le da el triunfo. Luego, la sesión se arrastra, levántome y tomo mi sombrero para trasladarme al Palacio Borbón.
El ciego con vista y lisiado sin manquedad, ahora nuevamente restaurado en todo el valor de sus piernas y bien corregido y enmendado en el desembarazo de sus miembros, así como vió llegar al caballero, destocándose el sombrero y ahinojándose reverentemente, le comenzó a decir: Perdón, perdón, y mil veces piedad para el buen Mateo del Cigarral, soldado pica que fué de la compañía de Francisco Carvajal en Italia, arcabucero después en el tercio de Zamudio, y después continuo de la ilustre persona del ilustrísimo caballero don Lope de Zúñiga.
Yo iba caballero en el rucio de la Mancha, y bien deseoso de no topar nadie, cuando desde lejos vi venir un hidalgo de portante, con su capa puesta, espada ceñida, calzas atacadas y botas, y al parecer bien puesto; el cuello abierto, el sombrero de lado. Sospeché que era algún caballero que dejaba atrás su coche; y así, emparejando, le saludé.
Miguel, previo el permiso de su madrastra, mandó al criado por una carretela a casa de Lázaro y por un palco a la de un revendedor conocido. Después que madre e hija se vistieron la clásica mantilla y Miguel cambió la levita y el sombrero de copa por la americana y el hongo, subieron los cuatro al carruaje. Eran las dos y media de la tarde.
Hemos dicho, creemos por dos veces, que Manila tiene su gran tono, que hace lo que en todas partes, esto es, nada: vive á la superfluidad del botón de la librea y la tersitura de la cabritilla; sus disgustos están compendiados en el aristin del caballo, en los milímetros del sombrero del cochero, en la estatura del lacayo, en la arruga del frac ó en la pureza de una piel que la Rusia ha hecho necesaria.
Al ver á Juan Montiño le miró de alto abajo, y su mirada se apagó en la mirada fija del joven. Entonces se quitó el sombrero y saludó de una manera tiesa. Montiño no se levantó de la silla donde se había sentado antes de que llegara aquel hombre. Dorotea le miró con una de esas miradas que quieren decir: Habéis llegado á mal tiempo: ¿Qué queréis?
Ocupábanse la madre y las hijas en arreglar los últimos pormenores del vestido, ésta cosiendo el postrer botón, aquélla poniendo un alfiler a la cinta del sombrero, la otra calzando la espuela al mozo, cuando D.ª María dijo con la viveza propia del que recuerda de improviso la cosa mas importante: Falta lo principal: falta la espada.
Palabra del Dia
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