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Actualizado: 18 de noviembre de 2025
Allí, en las húmedas y boscosas calles de Barrio Viejo, encontraréis a todos los villaverdinos: unos a caballo, luciendo el potro rijoso y bien enjaezado, el pantalón ceñido, el sombrero suntuoso y el zarape de mil colores; otros, en viejos y desvencijados carruajes; los más, caballeros en el corcel de San Francisco.
Doy a Milagros los treinta duros que necesita ¡la pobre!, y aún me queda algo para el pedazo de foulard, para las dos o tres plumas del sombrero de Isabelita y los botones de nácar.
Hablaban con enojo en su lengua, y al cabo de un buen rato dijo el ladino: saca, Padre, mucho tabaco, bizcochos y cuchillos. Díles con abundancia, y no hubiesen quedado contentos, si no hubiese dado á algunos de los capitanes un sombrero y unas varas de ropa.
Una nube blanca se levanta como una humareda de la cima lejana, crece poco á poco ó rápidamente y cubre los prados, dividiéndose en jirones impelida por el viento. «El monte se pone el sombrero», dice el campesino, y ese sombrero de nubes no es otra cosa que la fuente bajo diferente forma: después de haber sido nube, niebla y lluvia, reaparece ya fuente algunos cientos de metros más abajo de la cima por una hendidura de la roca ó por un ligero repliegue del terreno.
El comisario de policía, que acababa de regresar de Fuerte Sarmiento, iba entre ellos, hablando á unos y á otros para que se retirasen. Al ver al marqués en la ventana le saludó quitándose el sombrero. Hombres y mujeres quedaron mirando al esposo de Elena fijamente, con una curiosidad hostil, pero nadie osó una demostración contra él.
Vamos dijo el padre Aliaga tomando su manteo y su sombrero y saliendo sin avisar á nadie, de su celda con Montiño.
No pudo seguir en sus reflexiones. La tempestad había, estallado sobre él. La lluvia chorreaba por los bordes de su sombrero y corría a lo largo de su espalda. La noche había llegado de pronto. A la luz de los relámpagos veíase el mar con la superficie mate estremecida por el choque de la lluvia. Febrer marchó hacia la torre con toda la ligereza de sus piernas.
Tenía el revólver, arma que lograba ocultar como esconden el aguijón ciertos insectos, sin saberse nunca con certeza de dónde volvía á surgir. Y por si no le era posible valerse de él, contaba con el alfiler de su sombrero. Míralo... ¡Con qué gusto lo clavaría en el corazón de muchos!...
Primeramente se quitó el sombrero con reverencia, «como si estuviese delante de una imagen milagrosa», pensó Moreno. Luego dijo, con cierta expresión teatral que en él era espontánea: Yo soy ese desgraciado, señora, y este es el momento mejor de mi vida. La miraba el gaucho con ojos ardientes de adoración y deseo, y ella sonrió, satisfecha del bárbaro homenaje.
Quevedo permaneció inmóvil con el sombrero echado al costado derecho y la mano izquierda puesta sobre los gavilanes de la espada. Esta situación duró algún tiempo.
Palabra del Dia
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