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Jamás había asistido a una de estas fiestas brillantes de la sociedad aristocrática. La realidad no correspondió a su esperanza, como siempre acontece. Toda aquella vana ostentación, el lujo escandaloso desplegado ante su vista, en vez de acariciar su orgullo lo hirió cruelmente. Nunca se sintió tan forastero en aquel mundo que hacía tiempo frecuentaba.

Eso pienso hacer... y mañana... Oye una cosa: ¿no te ha dicho Jacinta que mañana pienso volver a San Ginés? No, no me lo ha dicho. ¿No te ha dicho que ella iría a verme tan devoto? No... no hemos hablado una palabra de ti. ¿Ni dijo que había subido conmigo y que...? No... nada. Moreno sintió que la horrible pulsación de su pecho era anegada por una onda glacial.

Pepito era miss Margaret, y al recordar cómo había fallecido sobre una de sus manos y cómo la había arrojado al agua, se sintió invadido por los más tristes presentimientos. Reconoció de pronto que los supersticiosos no son dignos de burla, como él había creído siempre.

Y este triple y discordante enganche se repetía en todos los carros inmóviles ante los buques á lo largo de los muelles ó volteando sus pesadas ruedas por la pendiente que conduce á la ciudad alta. A los pocos días, el capitán se sintió fatigado de Nápoles y su bullicio.

Maxi se estiró en la cama, y cerrando los ojos, cayó al instante en profundo sueño, cual si se hubiera bebido todo el láudano de la farmacia. ii Fortunata no se acostó en la cama, porque hacía mucho calor. Echose medio vestida en el sofá, y a la madrugada, después de haber dormido algunos ratos, sintió que su marido estaba despierto.

Glocester se sintió eclipsado de tal modo, que hasta creyó tener frío, como si de pronto se hubiera escondido el sol.

Estaba convencido de que su realización era imposible, pero servían de momentáneo consuelo á su carácter de meridional, predispuesto á las reivindicaciones más sangrientas. Un día, registrando los papeles olvidados en una maleta, encontró el retrato de Freya. Al ver su sonrisa audaz, sus ojos serenos fijos en él, sintió que se realizaba en su interior un vergonzoso desdoblamiento.

Absorto, mudo, con la boca abierta, estaba Mutileder, cuando la dama se levantó y mostró de pié su gallarda estatura, esbelta y cimbreante como las palmas de Tadmor; y vino a él, y tomándole la mano, en la que él sintió como una conmoción eléctrica, le llevó a y le dijo: Siéntate. ¿Qué te asusta? Y Mutileder se sentó, al lado de la dama, en un taburete bajito.

Pablo Aubry de Chanzelles había dicho la verdad cuando se comparó a Juan Durand. La impresión de piedad que sintió al contemplar al niño desgraciado, provenía en gran parte de que, como él, había conocido el abandono, el desprecio, la indiferencia y la miseria.

Adriana sintió algo semejante a la sensación de irrealidad que le sobrevino algunas veces, en la paz conventual, cuando se ponía de rodillas ante el Jesusito del claustro. Le pareció, de pronto, que se transportaba en cuerpo y alma a una región ideal. Pensó en el milagro de la Asunción. ¿"Estoy loca"? se dijo con un sobresalto dulcísimo.