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Actualizado: 21 de julio de 2025


Escuchábale paseando por la habitación en sentido diagonal, las manos en los bolsillos, la mirada húmeda y siniestra. Tan sólo levantó la cabeza para decir con firmeza: Llévesela usted donde quiera... ¡Pero que no vea a mis hijas! No quiero que sus labios las toquen. Al obscurecer entró un criado a avisarle que dos señores que habían llegado en una carretela, deseaban hablarle con urgencia.

No; que se ponga ahí, encima de ese barril y nos hable exclamó otro, que por las señas debía ser Matutero, el que atropello á Coletilla, según referimos al principio. Que hable, que hable gritó una mujer alta, huesosa, descarnada y siniestra, que parecía la imagen misma de la anarquía. ¡Que hable, que hable! Señores dijo Calleja alzando el dedo como si quisiera horadar el firmamento.

El rostro del hijo belicoso de la tía Jeroma apareció en la compuerta. ¿Ya escapó ese cerdo? preguntó paseando una mirada siniestra por el lagar. Y como le respondiesen que , se apresuró á desempaquetarse.

Venceráse sin duda esta jornada Con tal socorro: y en el mismo instante, Cosa que parecia imaginada, Otro favor no menos importante Para el caso temido se nos muestra, De ingenio, y fuerzas, y valor bastante. Una tropa gentil por la siniestra Parte del monte se descubrió: ó cielos, Que dais de vuestra providencia muestra!

La noche había obscurecido, y los ojos de Paulita, que siempre en momentos dados habían tenido brillo extraordinario, resplandecían aquella noche como dos ascuas fosforescentes, cuya luz hacían más penetrante y siniestra la obscuridad de sus párpados, ennegrecidos por el insomnio, la fiebre y la excitación moral de que estaba poseída.

Y yo no quiero que eso suceda. Raimundo se puso encendido ante aquella singular y humillante proposición. Tardó unos instantes en contestar y al fin dijo entre colérico y desdeñoso: Me parece sencillamente una infamia y una asquerosidad. La arruga, aquella arruga fatal que cruzaba la frente de Clementina cada vez que la cólera agitaba su alma turbulenta, apareció honda y siniestra.

Junto á ellos, muertos también, tres servidores del castillo, destrozados é informes como si hubiera caído sobre ellos una manada de lobos. En la puerta inmediata, Duguesclín y el barón de Morel, á medio vestir y mal armados, tenían á raya á los asesinos; en los ojos de ambos guerreros brillaba con luz siniestra el fuego del combate y ante ellos se amontonaban los cadáveres enemigos.

La crispada y hostil actitud, que aún conservaba, suscitábale nuevos impulsos de odio contra su víctima. Cuando comenzó a serenarse, dijo en voz alta, sentándose en el sillón: ¡No he menester de él, ni de nadie! Pocos días para Avila más tristes que aquel lunes, 17 de febrero de 1592. La ciudad despertó en una expectativa siniestra.

Una voz siniestra cantaba los números, y a cada cifra, que repercutía lúgubremente bajo las bóvedas, se desprendía una sombra de la mesa, abandonando sobre la bandeja el bolsillo. Luego volvían con otro y más tarde con otro, y el oro se amontonaba de manera tal, que tocaba al techo en soberbia columna de tentadores chispazos. Y los dados seguían bailando y cantando la voz siniestra.

«Dais fuego del vecino á la techumbre «Y el aquilon lo lleva á vuestro lado, «Y al resplandor de la siniestra lumbre «La reja cae del brazo mutilado. «En el límite estrecho que os separa «Nada está puro del licor humano. «Pueblos, formad una Santa-Alianza «Y presentaos la mano.

Palabra del Dia

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