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Con aquel rútilo gozo de la noche alumbró la muchacha la memoria de los serenos días que disfrutó en aquella noble casa, hasta la infausta hora de la muerte del hidalgo. Siempre que el recuerdo de aquella muerte le acudía, sentía en torno suyo el sordo rumor de unas alas hostiles y el graznido agorero de un ave siniestra.

Mil pensamientos de exterminio se le amontonaron en el cerebro mientras su mirada torva y siniestra permanecía clavada en las espaldas del infeliz contrabajo, bien ajeno por cierto de los sentimientos sanguinarios que en aquel momento inspiraba su inofensiva persona.

Pero cuando más enfrascado se hallaba en la algazara apareció en la puerta la figura siniestra del paisano Barragán con su eterna zamarra negra, su enorme sombrero y sus barbas hasta el medio del pecho. Los ojos de todos los tertulios se volvieron con sorpresa hacia él y hubo un instante de silencio. ¡Hola! ¿qué vendrá a hacer aquí este pájaro? dijo uno. ¡Soberbia figura para mi drama!

Y él dijo: Allégalos ahora a , y los bendeciré. Y les hizo llegar a él, y él los besó y abrazó. 12 Entonces José los sacó de entre sus rodillas, y se inclinó a tierra. 13 Y los tomó José a ambos, Efraín a su diestra, a la siniestra de Israel; y a Manasés a su siniestra, a la diestra de Israel; y les hizo llegar a él.

Recorría la casa, se tendía sobre el sillón de lectura de su marido, escrutaba el parque, daba de comer a las palomas y esperaba. Una esperanza irracional pero no por eso menos poderosa se había apoderado de su alma en aquellos cuatro días; sentía la impresión del que se halla soñando una siniestra pesadilla y guarda la conciencia de que lo es y no tardará en despertar.

6 y echando piedras contra David, y contra todos los siervos del rey David; y todo el pueblo, y todos los hombres valientes estaban a su diestra y a su siniestra. 7 Y decía Semei, maldiciéndole: Sal, sal, varón de sangres, y hombre de Belial;

Algunos lamentos de aquella voz siniestra, llegándose al rincón del Niño Jesús, le henchían la túnica, deshilachada y sin aliño, y le hacían balancearse sobre la rústica peana como en un pánico acunamiento de terremoto.

No a punto fijo en qué categoría colocaba Yurrumendi a su gigante de los ojos encarnados; pero creo que no le consideraba a la altura de la Egan suguia, la gran serpiente alada del Izarra, con sus alas de buitre, su cara siniestra de vieja y su aliento infeccioso.

Ivona quedó en la posición que la dejara, pero su mirada continuaba siendo fija y sombría. Los cabellos de Kernok se erizaban sobre su cabeza; con las dos manos hacia adelante, el cuello tendido, como fascinado por aquella mirada pálida y siniestra, escuchaba respirando apenas, dominado por un poder superior a sus fuerzas.

Con la mano siniestra se limpió el polvo y las telarañas que no querían desprenderse de la felpa de su chaqueta, y dando después tres o cuatro brincos, se puso en la calle gritando con todo el vigor de su pecho infantil: «Soy Plin».