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Las piernas las tenía casi completamente paralizadas, y salía a paseo en un cochecillo o sillón de ruedas, que empujaba su criado. Iba a las Vistillas a tomar el sol, y a veces se extendía hasta la Plaza de Oriente por el Viaducto.

Cada diputado tiene un sillón rojo y en el respaldo del sillón que se encuentra adelante hay una mesita saliente para colocar la carpeta en la que lleva sus papeles, apuntes, etcétera. La derecha, entonces, como hoy, era minoría; el centro y la izquierda, la gran mayoría. Frente al cuerpo de taquígrafos encontrábanse los asientos ministeriales y para los subsecretarios de Estado.

«Efectivamente, poco después encontraba yo a Magdalena sentada junto a la ventana, y, al parecer, muy contenta, contemplando el jardín. «Entre su padre y la señora Braun la habían ayudado a trasladarse desde el lecho hasta el sillón.

Como una luz que se apaga al soplo del viento, Navarro cerró la boca, apretó los labios fuertemente cual si quisiera hacer de los dos un labio solo, frunció las cejas haciendo de ellas como un nudo encargado de contener y apretar toda la piel de la frente, y descargó al fin la mano con tanta fuerza sobre el brazo del sillón, que a punto estuvo este buen inválido de saltar en astillas.

Don Juan puso el otro sillón que estaba junto á la mesa muy cerca de Dorotea, y se sentó. Dorotea retiró su sillón. Don Juan dijo para : Dejémosla; no la irritemos; me ama, y su amor me ayudara. Entrambos guardaron por un momento silencio.

Pasó ante los dos amigos, muy erguida, con el libro bajo el brazo, la dama norteamericana, que hasta entonces había estado leyendo en su sillón. Varias veces sorprendió Fernando, por encima del volumen, unos ojos claros fijos en él, y que al encontrarse con los suyos volvían hacia las páginas.

Hay que decir a Pepe que mañana arregle las ruedas del sillón, si no, vosotras no podéis conmigo. No tienen la culpa las ruedas decía doña Manuela es que la estera está hecha girones. Vamos, ¿qué tal así?

Misia Casilda le soltó, y sentándose en el sillón, porque sus piernas, flojas, no podían sostenerla, repetía, llorando: , alguien te ha aconsejado, porque no eres malo, no eres capaz...

Entonces no había el camino real de que te hablo, que es de ayer, y había que ir a buscarle más lejos. Íbamos a caballo, como siempre se ha ido desde aquí por los pudientes. Ella, en un sillón de terciopelo azul y clavillos sobredorados, con las galas de novia, a la moda de entonces. Campaba de veras, porque era guapetona de firme... ¡trastajo, si lo era!

Todas las otras personas presentes estaban en pie, excepto el tunante de Tarlein, que arrellanado en un sillón galanteaba a la condesa Elga. Al entrar yo se levantó de un salto, mostrando tanto respeto hacia como indiferencia hacia el Duque. No era extraño que éste no le tuviese buena voluntad. Tendí la mano a Miguel, que la estrechó, y le di un abrazo.