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Actualizado: 17 de junio de 2025


Después de una buena siesta conversaban en la glorieta del jardín Lorenzo, Ricardo y Baldomero que a ratos veían, por entre las plantas y los arbustos, la silueta de Melchor dando órdenes en la caballeriza.

Aún en noviembre, cuando tenía ya en jaque a todas las ratas de la casa, su gran encanto eran los saurios. Los peones que por a o b llegaban a la siesta, admiraron siempre la obstinación del perro, resoplando en cuevitas bajo un sol de fuego, si bien la admiración de aquellos no pasaba del cuadro de caza.

Aquello producía la vaga impresión de una fiesta de iglesia, de sotanas rojas bajo albas de encajes, de dorados de altares rodeados de randas de hilo... Sin embargo, mis más gratos recuerdos en materia de naranjas proceden de Barbicaglia, un gran jardín junto a Ajaccio, donde pasaba yo la siesta durante las horas de calor.

Cuéntase que habiéndose negado su padre a darle una suma de dinero que le pedía, acechó el momento en que padre y madre durmieran la siesta, para poner aldaba a la pieza donde estaban, y prender fuego el techo de paja con que están cubiertas por lo general las habitaciones de los Llanos .

Durante todo este tiempo, los novios se escriben cuando están ausentes; y cuando están en el mismo pueblo, se ven en misa por la mañana, se vuelven a ver dos o tres veces más durante el día, suelen pelar la pava durante la siesta, vuelven a verse por la tarde en el paseo, van a la misma tertulia desde las ocho a las once de la noche, y ya, después de cenar, reinciden en verse y en hablarse por la reja, y hay noches en que se quedan pelando la pava otra vez, y mascando hierro, hasta que despunta en Oriente la aurora de los dedos de rosa.

Terminado el almuerzo, se dispuso la siesta bajo la caliginosidad creciente de un día de fuego y poco después de las 4 la caravana continuó su marcha en línea recta, a la «Celia». Durante esta jornada se habló de Anastasio especialmente, pues habían quedado Lorenzo y Ricardo impresionados con él.

En seguida, aludiendo a las pretensiones amorosas del mancebo, acabó por decir, con la mano en alto y la voz estremecida y solemne: ¡Antes morir, hija mía, antes morir que mancillar nuestra clarísima sangre con sangre de moros! Afuera, en la ciudad, torvo sosiego de siesta castellana. La luz del mediodía arde rabiosa en los pétreos paredones, caldea los hierros, requema el musgo de los tejados.

Se introdujo en el grupo para saber de lo que se trataba. Solía por las tardes ir a dormir la siesta a la Mata, debajo de una gran acacia, y se placía extremadamente en escuchar horas enteras los gorjeos de los pájaros, los rumores de los árboles, el canto de los insectos.

Estaban sentados en rueda y a la hora la mayoría cantaba ya. Llegó mediodía y pasó la siesta. A las cuatro, la brisa cesó y las velas cayeron. Un marinero se acercó a la borda y miró el mar aceitoso. Todos se habían levantado, paseándose, sin ganas ya de hablar. Uno se sentó en un cabo y se sacó la camiseta para remendarla. Cosió un rato en silencio. De pronto se levantó y lanzó un largo silbido.

Arrojó su capa empapada por la lluvia sobre uno de los grandes cofres de roble en que estaban sepultados los tesoros de la ropa maternal. Después entró en la sala, estaba desierta. Los viejos son muy capaces de estar durmiendo la siesta murmuró; creo que hoy será prudente dejarlos dormir.

Palabra del Dia

rigoleto

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