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Actualizado: 17 de octubre de 2025


Con esto cesó la plática, y don Quijote se fue a reposar la siesta, y la duquesa pidió a Sancho que, si no tenía mucha gana de dormir, viniese a pasar la tarde con ella y con sus doncellas en una muy fresca sala.

Todavía en aquellos tiempos se dormía la siesta, y al día siguiente de aquel 16 da Julio fue cuando la Providencia dispuso que el Gobierno durmiera una siesta célebre.

Aquella clase, frailunamente educada, no supo echar de ciertas asperezas, por lo que sólo prevalecieron en la vida pública los pocos que supieron ponerse el frac. Despidieron a Genara aquel día, 16 de Julio de 1834, y se retiraron todos, los unos a su oficina, pues casi todos eran empleados, los otros a dormir la siesta.

Mientras que Silas y Eppie estaban sentados en el banco de césped conversando a la sombra recortada de una encina, la señorita Priscila Lammeter se resistía a aceptar los argumentos de su hermana. Esta pretendía que valdría más tomar el en la Casa Roja y dejar que durmiera una buena siesta el señor Lammeter, que partía para las Gazaperas con el cabriolé así que terminara la comida.

Sonreíme y marchámonos. Pasaron tres días; fuimos. Vuelva usted mañana nos respondió la criada, porque el señor no se ha levantado todavía. Vuelva usted mañana nos dijo al siguiente día, porque el amo acaba de salir. Vuelva usted mañana nos respondió el otro, porque el amo está durmiendo la siesta. Vuelva usted mañana nos respondió el lunes siguiente, porque hoy ha ido a los toros.

El cigarro pateador consistió, en sus líneas elementales, en un cohete que rodeado de papel de fumar, fué colocado en el atado de cigarrillos que tío Alfonso tenía siempre en su velador, usando de ellos a la siesta. Un extremo había sido cortado a fin de que el cigarro no afectara excesivamente al fumador.

Hoy no ha venido usted por el tributo. Le ofreció su estuche inagotable lleno de cigarros habanos. Eran las tres. El doctor había dormido su corta siesta habitual, y encontrándose solo, deseaba charlar con Isidro.

Por último, como estaba molido de tanto andar, velar y rabiar, y sentía en lo exterior el calor del sol y en lo interior el calor del lomo y de la rosquilla, a pesar de su enorme pesadumbre, fue vencido por el sueño y se confortó durmiendo profundamente la siesta, durante la cual sus desventuras y sus penas se diría que se habían sumergido en aquel arroyo como si fuese el Leteo.

Cuál hay que pasa todas las horas de la noche sentado al pie de alguna encina o peñasco, y allí, sin plegar los llorosos ojos, embebecido y transportado en sus pensamientos, le halló el sol a la mañana; y cuál hay que, sin dar vado ni tregua a sus suspiros, en mitad del ardor de la más enfadosa siesta del verano, tendido sobre la ardiente arena, envía sus quejas al piadoso cielo.

Durante la comida, el astuto Maltrana, que parecía adivinar sus pensamientos más recónditos, le abrumó con muestras de interés formuladas inocentemente. Tiene usted mala cara, Fernando. ¡Ni que hubiese visto ánimas durante la siesta!... ¡Qué color! ¡qué ojeras!... Coma mucho; la navegación es larga, y usted necesita tomar fuerzas.

Palabra del Dia

reclinándose

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