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Actualizado: 13 de julio de 2025
PRATYAPATI. Porque Amor no fue libre. Como del sol brotan los rayos, como el agua mana de la fuente, así de Amor brotó y manó la vida. Sólo movido de compasión sublime, en virtud de un esfuerzo superior a lo humano y a lo divino, recogiéndose en sí con abstracción portentosa, logrará Amor recoger también en sí la vida y darle quietud eterna. GOPA. Veo que piensas como Sidarta.
No: yo no quiero responder a nadie. Acabas de herirme, de emponzoñarme el corazón. Hace veinticinco siglos que gozaba yo con el recuerdo de Sidarta, noble, generoso y enamorado. Su último casto beso, el de la noche en que se despidió de mí, estaba en lo íntimo de mi ser como luz celestial que le iluminaba. Todo mi encanto se destruye ahora. Yo no he vuelto a ver a Sidarta.
La escena es en la ciudad de Capilavastu: 593 años antes de Cristo. Interior del magnífico palacio del Príncipe Sidarta. Es de noche. Cámara del tálamo, iluminada por una lámpara de oro. PRATYAPATI. Los más vigilantes siervos del rey Sudonán rondan en torno de este palacio. Las puertas de la ciudad están defendidas. No se irá. Es menester que no se vaya. Sin él ¿qué será de nosotras?
PRATYAPATI. ¡Pero Sidarta será el Buda libertador de los hombres! GOPA. Jamás el Buda valdrá para mí lo que Sidarta valía. Reniego de la libertad que el Buda me dé, y la trueco mil veces por la esclavitud con que Sidarta me esclavizaba.
Doy la fría calma que la doctrina del Buda me proporcione por la agitación y la guerra amorosa que, con las caricias, los rendimientos, los celos, la ausencia y hasta los desdenes de Sidarta, me han perturbado y atormentado. La escena es en la ciudad de Francfort sobre el Mein, 1866 años después de Cristo, y 2488 después de Buda. Habitación del doctor Seelenführer. Es de noche.
Nuestros dioses eran los astros, los elementos, las fuerzas naturales personificadas; dioses ciegos, sin amor y sin inteligencia; sin libertad; esclavos del destino; inferiores a la naturaleza; muy inferiores a toda alma humana. ¿Qué mucho que con este ateismo por deficiencia, con este desconocimiento infantil del Ser supremo, y movido Sidarta de caridad sublime, imaginase su absurda aunque benévola doctrina?
Déjame primero compartir tus trabajos y después tu triunfo. SIDARTA. No puede ser. Debo partir solo. GOPA. Mi corazón se deshace de dolor; pero me resigno devotamente. ¿Y cuándo, bien mío, ha de ser tu partida? SIDARTA. En el instante, ¡oh hermosa nieta de Iksvacú! Estamos en la mitad de la noche. Mira al claro cielo. ¿Ves aquella luz que brilla en Oriente?
Imagina, pues, cuán hondo será mi dolor cuando en ti, que te llamas ahora el doctor Seelenführer, acabo de reconocer a mi Sidarta, a mi Sakiamúni y a mi Bagavat, porque todos estos nombres te dábamos. Tú no caes en ello; pero no lo dudes: tú fuiste el Buda y quieres volver a serlo.
SIDARTA. Bien sabes, hermosa nieta de Iksvacú, que por mi voluntad no se ha derramado jamás una sola lágrima. ¿Cómo había yo de darte voluntariamente el pesar más pequeño? Jamás me apartaría yo de tu lado, si esto me fuera lícito; pero no debo ocultártelo por más tiempo: un deber imperioso me impulsa a ir lejos de ti. GOPA. ¿No te alucina, no te extravía ese deber?
Su noble cabeza jamás reposa tranquila sobre mi seno. Ya no me ama. Me juzga indigna de su cariño. PRATYAPATI. No te atormentes, ¡oh Gopa! Sidarta te ama. Para él eres tú el ser predilecto entre todos los seres. Pero de amor nace su pena. Amor es su martirio. Amor le devora, creando en su alma una piedad infinita, que no consiente ni deleite, ni goce, ni paz tan sólo.
Palabra del Dia
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