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Actualizado: 11 de mayo de 2025
Clara se opone porque su amante no participe de su vergüenza. Mientras tanto, vienen á la casa de Malec el corregidor Zúñiga y Don Fernando de Valor, otro descendiente de los reyes de Granada, que se ha hecho también cristiano, para anunciarle que, hasta la resolución de la contienda suscitada, ha de servirle su casa de cárcel.
Aquélla era su casa, y él un verdadero amigo deseoso de servirle. Si necesitaba su auxilio, podía mandar como quisiera. ¡Lo mismo que si fuese de la familia!... Todavía nombró una vez más a don Horacio, recordando su antigua amistad. Luego le invitó a que almorzase con ellos dos días después, sin acordarse para nada de su hermano.
Como el escudero mantenía trato frecuente con algunos clérigos de las parroquias, oía relatar o discutir, a menudo, en los corrillos de sacristía, las tradiciones añejas de la ciudad, y, de esta suerte, su retentiva atesoraba admirables historias, que habían de servirle después para embelesar a las criadas o hacerse agasajar de barato en tabernas y pastelerías.
El militar arriesgó entonces la pregunta, y bajando más la voz, y apartándose hasta llegar al hueco de la ventana, dijo: "Tal vez será indiscreción la pregunta que voy á hacerle á usted; pero me disculpa el gran interés que por ese caballero me he tomado, y el deseo de servirle bien en lo que pueda. ¿Este señor está en su cabal juicio?"
He comprendido que don Francisco quería engañarme para inspirarme confianza, y que no ha sido el amor el que le ha llevado á hacer faltar á sus deberes á doña Catalina, sino sus proyectos: porque poseyendo á doña Catalina, posee en la corte, cerca de la reina, una persona que puede servirle de mucho, y por medio de la cual puede dar á vuecencia mucha guerra, y tanto más, cuanto más vuecencia confíe en él.
Yo tendré siempre le respondió Bermúdez afablemente , el mayor gusto en servirle en cuanto pueda, señor don Adrián: no lo dude usted un momento. No lo dudo, señor don Alejandro replicó el otro . Y voy, en prueba de ello, a la súplica.
Contentóse el soldado de la buena gracia del mozo, y díjole que si quería servir, que él le sacaría de aquel abatido oficio; a lo cual respondió Rincón que, por ser aquel día el primero que le usaba, no le quería dejar tan presto, hasta ver, a lo menos, lo que tenía de malo y bueno; y cuando no le contentase, él daba su palabra de servirle a él antes que a un canónigo.
Siempre, en momentos iguales, buscaba Torrebianca los recuerdos de su primera juventud, como si esto pudiera servirle de remedio. La mejor época de su vida había sido á los veinte años, cuando era estudiante en la Escuela de Ingenieros de Lieja. Deseoso de renovar con el propio trabajo el decaído esplendor de su familia, había querido estudiar una carrera «moderna» para lanzarse por el mundo y ganar dinero, como lo habían hecho sus remotos antepasados. Los Torrebianca, antes de que los reyes los ennobleciesen dándoles el título de marqués, habían sido mercaderes de Florencia, lo mismo que los Médicis, yendo á las factorías de Oriente á conquistar su fortuna.
Prefirió el riesgo de tener una escena violenta con el hombre, a la perspectiva de luchar con la debilidad o la resistencia pasiva de la anciana. ¿En qué puedo servirle? le preguntó Tirso. Vengo de parte de Pepe. ¿Qué quiere ese desdichado? No era necesario tanto para acibarar el diálogo.
Aunque el Barón de Castell-Bourdac, restablecida en gran parte la hacienda de su casa, poseyó por entonces bastantes bienes de fortuna, que hubieran podido servirle de sostén y aun de resorte para su elevación en la política, por desgracia e no quiso mezclarse en nada, y no acertó a emplear mejor su actividad que en disipar alegremente sus bienes y volver a quedarse pobre.
Palabra del Dia
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