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Actualizado: 14 de junio de 2025


El baile estaba en su apogeo, cuando sentí en torno un murmullo. Dos mujeres del gran mundo entraban en el salón y las parejas se abrían para darles paso. Don Benito acompañaba a una de ellas, y la otra, contra la más estricta regla de nuestros salones, caminaba sola al lado. Don Benito vino derecho adonde yo conversaba con un grupo de amigos.

Tiene además una mala suerte espantosa: todo lo pierde. Estos tiempos son fatales para las personas de sangre real. Casi lloré escuchando sus miserias, y sentí no poder darle más. ¡Una hija de rey!... Pero su padre renegó de ella cuando se fué con un artista obscuro dijo Atilio . Y además, don Carlos no era rey de ninguna parte.

Tanta lástima haya Dios de como yo había del, porque sentí lo que sentía, y muchas veces había por ello pasado y pasaba cada día. Pensaba si sería bien comedirme a convidalle; mas, por me haber dicho que había comido, temíame no aceptaría el convite.

Por la noche, Valentina se acercó a mi lado en el jardín, juntos miramos al cielo; veía su cara risueña y espiritual, sonriendo, llena de luz, de vida y de sentimiento; en el piano las notas graves de Beethoven, me despedí de ella... La volví a ver otro día por la última vez... no pude, no supe decirle que la quería... Mi sueño se fue complicando poco a poco... apareció primero entre sus imágenes, la figura escuálida de un clérigo, después mi tío... a su lado, una mujer joven le estrechaba la mano... ¡esa mujer era Valentina!... Sentí una terrible opresión en el pecho; quise correr para separarlos, no pude: tenía ligados los pies; quise gritar para que me oyesen, tampoco pude, la emoción cerraba mis labios.

Había mandado llamar también, para consultar, a sir Carlos Hoare, el muy distinguido cirujano del Hospital de Charing Cross, y ambos habían estado grandemente confundidos en presencia de mis síntomas. Cuando, una hora después, me sentí suficientemente fuerte para poder hablar, Walker me tomó la muñeca y me preguntó lo que me había sucedido.

Y al comprender esto sentí al mismo tiempo celos y remordimientos. Celos porque no era yo el hombre a quien ella amaba. Remordimientos porque, elevando su educación, había elevado su espíritu, la había aumentado sus aspiraciones, y la había hecho por consecuencia infeliz. Porque a pesar de su magnífica hermosura, ni tenía nombre ni dote. Amparo era una expósita; Amparo sólo tenía necesidades.

256 Como lumbriz me pegué al suelo para escuchar; pronto sentí retumbar las pisadas de los fletes, y que eran muchos jinetes conocí sin vacilar. 257 Cuando el hombre está en peligro no debe tener confianza; ansí tendido de panza puse toda mi atención y ya escuché sin tardanza como el ruido de un latón.

No si me respondieron; Pero sentí que sonaban Por largo trecho las fuentes: O era envidia, o tu alabanza.

Querida dijo una de ellas, me está usted distrayendo. Es verdad confesó la otra, y voy a rezar humildemente un diez del rosario para pedir perdón a Dios. Se puso de rodillas y sentí pasar por mis cabellos su aliento de víbora. Yo también me arrodillé para evitarlo. Estaba furiosa.

Así habían desaparecido todos, y supongo que lo mismo los del día anterior, y los otros y los de los demás buques. Esto es todo. Nos quedamos mirando al raro hombre con excesiva curiosidad. ¿Y usted no sintió nada? le preguntó mi vecino de camarote. , un gran desgano y obstinación de las mismas ideas, pero nada más. No por qué no sentí nada más.

Palabra del Dia

rigoleto

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