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Actualizado: 14 de junio de 2025
La poética criatura se había casado con don Camilo, pocos meses antes y era feliz, muy feliz. Don Camilo tenía una renta considerable, era hombre público y hasta hombre distinguido. ¡Sentí la desesperación, la horrible desesperación que se siente ante lo imposible, ante la muerte, ante lo irremediable, y pensé si el alma podría arrancarse del cuerpo y arrojarse como inútil estorbo de la vida!
Confieso que sentí despecho y tristeza al contemplar el palacio de los cuadrumanos. ¿Qué cosa es un mono sino un remedo, una caricatura de este mono sublimo que se llama el hombre?
Fué asimismo, con la súbita dicha de haberme soñado un instante su marido, el más rápido desencanto de un idilio. Sus ojos volvieron otra vez, pero en ese instante sentí que mi vecino de la izquierda miraba hacia allá, y después de un momento de inmovilidad de ambas partes, se saludaron. Así, pues, yo no tenía el más remoto derecho a considerarme un hombre feliz, y observé a mi compañero.
Jamás había visto el cielo tan diáfano ni el campo tan hermoso, jamás percibí tan grato el aroma de las flores ni oí más suave las notas del ruiseñor, jamás sentí mi cuerpo tan vigoroso y mi espíritu más lúcido. Pero ¡ay! el hombre es siempre un niño que persigue mariposas al borde de un abismo.
Una mano ruda sujetó por un instante mi cabeza; un lienzo cubrió mis ojos; sentí mucha apretura en la garganta, y... desperté. El cuello de la camisa me estaba apretando de un modo extraordinario. No hice más que soltar el botón y quedé otra vez profundamente dormido. NOTES FOR "EL SUE
Me alegro mucho de que no viváis más en esta ciudad, padre. ¿El Patio de la Linterna es como esta calle? Mi querida hija dijo Silas sonriendo ; no es una calle ancha como ésta. Yo tampoco me sentí nunca a gusto en esta calle grande; pero me gustaba el Patio de la Linterna. Aquí me parece que están cambiadas todas las tiendas; no las reconozco, pero reconoceré la calle porque es la tercera.
Y aunque no la comprendí, por un momento me sentí deslumbrado por su luz. No pude soportar su claridad, y aparté la vista. Y me burlé de ella y la ofendí. Se calló un momento, la vista fija delante de sí, cual si estuviera ciego, y luego prosiguió: Óigame usted. Cuando le haya dicho todo, comprenderá usted que mis palabras merecen fe. En los primeros tiempos de mi dicha me sentí otro.
Desenvolví en seguida el envoltorio de papeles, que guardaba un bulto como del tamaño de un duro, y al ver lo que contenía, una luz vivísima inundó mi alma y sentí dolorosa punzada en el corazón. Era el retrato de Inés.
Al atravesarla sentí el ruido que cerca producía la citada reyerta entre los licenciados y los suizos; oíase lejana algazara, y al extremo de largo callejón vi algunas mujeres que corrían gritando.
Por momentos sentí cerrárseme los ojos y que la cabeza se me ponía pesada, pero me fue imposible dormir. Continuaba sin cesar zumbándome en los oídos aquel «cállate, te lo suplico», tan melancólico y tan dulce. Tampoco dormía el infeliz. Lloraba.
Palabra del Dia
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