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Actualizado: 4 de mayo de 2025
De pronto le vió incorporarse y correr camino arriba, recogiendo y levantando con ambas manos el sayal, lo menos dos palmos más largo de lo que pedía el cuerpo bajo y rechoncho del desconocido. Pero no tardó éste en detenerse, resoplando como si le faltara el aliento y acabando por dejarse caer sobre la hierba.
Vístese después de tosco sayal y vive en el más completo retiro; pero Selio, disfrazándose y sobornando á una criada de Margarita, consigue entrar en su habitación, y la hace vacilar de tal modo en su propósito, que se decide á huir con él.
Sus pantalones cortos, ligados á las polainas muy modestas, en dos de ellos, haciendo juego con la chaqueta de paño burdo y el sombrero de anchas alas, armonizaban con el vestido de los otros, casi totalmente cubierto por el sayal ó manta de lana parda ó amarillenta.
Ni el perfume de los guantes, ni el copioso sahumerio de los pebeteros, lograba dominar el tufo de trasudado sayal que desprendían los religiosos. Las maderas de las ventanas cerrábanse de ordinario a las tres de la tarde.
Un fraile dominico, con barba y sin tonsura, dormita a pocos pasos del féretro, sentado en un escaño. Rosa camina hacia él. El novicio abre entonces los ojos y murmura, como espantado: ¡Vive Dios! ¡Con ella soñaba, y la veía venir con ese sayal, con ese velo, con esas flores!
Mañana, según la costumbre, esa espesa cabellera caerá bajo las tijeras; mañana, el paño y el sayal reemplazarán a esos brillantes tejidos; mañana quedará sometida a un juramento inquebrantable; pero hoy, la costumbre quiere que asista a las vanidades y a las alegrías engañadoras de un mundo que ella no conoce, como para darle un eterno y último adiós.
No había, pues, cosa mejor que vestir el penitente sayal y preparar, entre cuatro paredes desnudas, la salvación eterna. En ocasiones, cuando el tiempo alcanzaba, subía a las torres. Holgábale contemplar la ciudad y la campiña desde las ventanas del campanario, y sus ojos solían detenerse en cierta mansión, unida a los muros, hacia la parte del Norte.
Y Apolonio, con talante trágico y miserable, como un hombre predilecto de las divinidades funestas, se dirige hacia el grupo que componen el señor Colignon con los viejos casi desencarnados en torno suyo. Visten los viejos todos lo mismo: trajes de sayal, color franciscano, de paño casero, tejido en los telares, a brazo, del Hospicio provincial por los nacidos anónimos para los muertos anónimos.
Trocando el disfraz de mendigo y el vestido gentil de soldado por un sayal de ermitaño, hizo su habitación de aquel mismo sitio, testigo de la catástrofe, y pensando siempre en su desgraciada bienhechora y en su infeliz señor, todos los días sacaba aquel velo, única prenda que le quedaba de María, y besándolo respetuosamente, y agolpado el llanto a los ojos, volvía a encerrarlo tiernísimamente en su pecho.
Su terror casi fue más intenso cuando notó que aquel rostro, que se le había aparecido, caía como una máscara o se disipaba como vapor muy tenue dejando en la capucha un hueco. La capucha y todo el hábito se diría que no encerraban ya sino aire vano: una ilusión, un espectro. El sayal vacío continuaba erguido, no obstante, y hasta se movía y marchaba, como si le llenase y le animase un espíritu.
Palabra del Dia
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