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Actualizado: 4 de junio de 2025


Ni voluntad, ni deseo, ni sentidos, ni pasiones... un sayal, un muerto ambulante debajo.... Pero.... Artegui se inclinó a Lucía con inquietud. ¿Me comprendes? interrogó de pronto. , ... dijo ella, y su cuerpo temblaba.

Cuando hablaba de las glorias terrenas y de nuestro breve paso mundanal, su discurso, lleno de monástica ironía, se instalaba en el ser, cual frígido narcótico, adormeciendo las ansias. Decíase que más de uno, al escuchar sus sermones, había corrido a un monasterio a pedir un sayal y una celda.

Un pensamiento instantáneo acaba de cruzar por su mente. Sube al escabel, descuelga los viejos vestidos y las botas que penden de lo alto de la gruta. Un bolsillo de monedas suena en los gregüescos. Cuando hubo cambiado el sayal por aquellas ropas de otro tiempo y ceñido la espada, salió de la cueva y se puso a errar en la noche.

nunca renegaste la esperanza Y á su manto te asiste con afan: Ella fué tu constante lazarillo En medio de la densa oscuridad, Y siguiendo su huella luminosa Decias: «Yo te veo ¡oh libertad! «Fija en el horizonte nebuloso «Como el astro del polo en alta mar: «Te veo por el orbe peregrina «Vestida con el rústico sayal, «Pero el báculo fiel de la esperanza «Me indica que vas á descansar «En las hermosas playas de mi patria, «Mas hermosas el dia que entre palmas «Te reciban con cántico triunfalSi, poeta, algun dia nuestra patria Los himnos de la union entonará Y entonces en la plaza y la tribuna De un gran pueblo la voz se escuchará, Y sus nobles instintos dirigidos Nos darán la comun felicidad; Porque libre, pacífico y virtuoso Residirá su fuerza en la moral.

Guardaban las memorias de las Eloisa y de las Chantal, de las Luisa y de las La Vallière; contaban entre los suyos los nombres de muchas hijas y de muchos amantes de reyes que habían cambiado los esplendores del lujo y las ilusiones de la voluptuosidad por el sayal y los trabajos de la penitencia.

Libre de golpear en la cadena sin hacer daño al preso, Tragomer rompió las dos anillas y se las metió en el bolsillo, mientras Jacobo, echando fuera, el inmundo sayal de tela de sacos, se ponía el traje de marinero.

Veíase aquí á dos religiosos cuyas manos y antebrazos teñía de rojo el mosto; más allá otro, anciano y robusto, llevaba al hombro el hacha con que acababa de cortar grandes haces de leña; seguíale el hermano esquilador, cuya ocupación denunciaban las enormes tijeras que llevaba colgadas al cinto y las vedijas de lana adheridas al sayal.

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