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Actualizado: 19 de mayo de 2025


Caragòl, que estaba en la puerta de sus dominios, se llevó las manos al sombrero. Al disolverse la nube amarilla y maloliente, le vieron todos de pie, rascándose la cúspide de la cabeza, descubierta y roja. ¡No es nada! dijo . Un pedazo de madera que me ha hecho una sangría. ¡Fuego!... ¡fuego! Aullaba, enardecido por los cañonazos.

¡Me maldice usted, padrecito! dijo el marino ; vaya, no se incomode; se lo perdono todo, incluso la sangría, gracias a la buena noticia que usted acaba de darnos... ¡Ah! ¡conque la tartana de ese maldito ha fondeado cerca de Conil! ¡Por mi madre, daría con gusto los ocho años de soldada que Fernando me debe por ver a ese condenado gitano con grilletes en los pies y en las manos y arrodillado en la capilla ardiente! ¡Cuántas veces, al querer darle caza con la escampavía he renegado de mi patrón por las bordadas que nos hacía correr ese favorito del infierno! ¡porque siempre se embarca cuando peor tiempo hace!

Juan Montiño permaneció algún tiempo perplejo, y después siguió el consejo de Quevedo. Se quitó la capa y el talabarte, acercó un sillón al brasero de plata que templaba la sala y poco después dijo: ¡Casilda! Presentóse la negra y miró con asombro á Juan, apoderado de la casa de su ama. ¿Qué me manda vuesa merced, señor? dijo. Tráeme un vaso de sangría.

Decía que el presupuesto de guerra «era la sangría suelta por donde se escapaban las fuerzas vivas de la naciónfrasecilla que había leído en el Boletín de Contribuciones Indirectas, y que había hecho suya con extremada fruición. Llamaba vagos a los soldados y profesaba rencor inextinguible a los galones y charreteras.

Escuchábanse los gritos desafinados de los pregoneros, ofreciendo agua de limón, sangría de vino tinto y avellanas tostadas, y los sonidos agudos y gangosos de la gaita, siempre acompañada del tambor.

Al fin, pensando en ella y bajo la influencia de la sangría, del calor del brasero y de la soledad, se quedó dormido. DE CÓMO ENTRE UNOS Y OTROS NO DEJARON PARAR EN TODA LA MA

Además de la copiosa hemorragia que enrojeció los mármoles del baño, los dos médicos, después de docta disputa acerca del sitio en que debiera practicarse la sangría, resolvieron abrir cada cual la suya, y, en el espacio de pocas horas, fue sangrado del brazo y del tobillo. Su desfallecimiento era como lento bogar hacia el morir.

Y bien... Me pidió sangría... ¿Y qué? Se la serví... y luego... como no le conocía, como nada ... por ver lo que hacía, volví quedito... estaba dormido al lado de la chimenea en vuestro sillón. ¿Y qué hay de malo en eso?... Nada, pero... cuando volví otra vez... ya no estaba en la sala. ¿Que no estaba? No, sino en la alcoba, acostado en vuestro lecho y durmiendo.

Á ver, Simón, tres arqueros, los mejores que tengas, ordenó el barón; que elijan los arcos más poderosos que haya á mano y den una lección á los artilleros apenas crean que no perderán sus flechas. ¡Arnoldo, Renato y Jaime, á popa! exclamó enseguida el veterano. Una sangría al primer babieca que toque aquel pedrero. Trescientos cincuenta pasos, á lo sumo.

Señora, hay casos, como éste, en que la sangría está indicada: acuda usted a los prestamistas particulares, a don Raimundo Portas, y no cito más que uno, que tiene una lanceta y un pulso de operador admirables. No, don Raimundo Portas, no exclamó misia Casilda con alarma poco disimulada. ¿Por qué no ve a Rocchio, el corredor?

Palabra del Dia

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