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Actualizado: 2 de junio de 2025


Caballeros y niñas vienen ya del brazo, de las habitaciones interiores. Carruajes y caballos se detienen a la puerta del fondo, de la que por un corredor alfombrado, con grabados sencillos adornadas las paredes, se va a la vez a los cuartos interiores que abren a un lado y a otro, y a la sala.

Ramiro pensó que, al hacer su reaparición en la asamblea, todos los rostros se volverían hacia él, y que hasta los varones más graves se adelantarían a cumplimentarle por su proeza. Guarecido casi de su herida, pero flaco y sin fuerzas, vistió una tarde su traje más lujoso, se ciñó la daga del morisco y presentose en la sala pequeña, que hacía las veces de primer recibimiento.

Las vi con la imaginación mientras escuchaba al doctor yendo de sala en sala como apariciones de salud que esparcían en torno la dulce alegría de vivir. Con los oficiales se mostraban algo recelosas. Eran hombres de su mundo, y tal vez por esto los juzgaban temibles, no pasando en su intimidad más allá de una solicitud natural y grave.

En la sala estaban María de la Paz, Salomé, y delante de ellas, en pie y respetuosamente, Elías Orejón y el ex-abate don Gil Carrascosa. Nada hemos hablado hasta ahora de la amistad de este singular personaje con las venerables viejas. Carrascosa, en su calidad de abate entrometido, frecuentaba la casa de Porreño, lo mismo que otras de la más elevada jerarquía.

Mi principal ha tenido que ir a su estancia: negocio urgente; volverá mañana. Pero todo está listo... Tiene usted habitación en un hotel de la Avenida de Mayo. Los guió entre los grupos que se abalanzaban hacia el trasatlántico. Casi se vieron solos en la sala de equipajes, y el registro de sus maletas de mano se efectuó con rapidez.

Mauricia aprovechaba el silencio de la sala de labores para lanzar en medio de ella un gato con una chocolatera amarrada a la cola, o hacer cualquier otro disparate más propio de chiquillos que de mujeres formales.

Verdad es que trabajaban de firme, porque el venerable abad Fray Diego de Berguén era tan severo con todos ellos como consigo mismo, que es mucho decir, y en su convento no se toleraban holgazanes. Mientras se reunían frailes y novicios el abad, cruzadas las manos y preocupado el semblante, recorría de extremo á extremo la gran sala del monasterio destinada á los actos solemnes.

Cuando, en algún escaparate, yo veo un libro mío entre los libros de otros autores españoles, tengo la sensación de encontrarme en una sala de hospital esperando, con mis compañeros de dolor, la visita de alguna señora vieja que no sepa en qué matar el tiempo.

A la noche del tercer día se dirige a la Sala, y estaba dictando al escribiente su renuncia, cuando el cuchillo que corta su garganta interrumpe el dictado.

¿Por qué abandonaste el baile? Porque hacía demasiado calor para en la sala. ¿No es porque bailaba yo con otro? ¡Oh! de ningún modo.

Palabra del Dia

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