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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Al ruido de nuestros pasos, voló de esta obscuridad una multitud de pájaros invisibles y sacudieron sobre nuestras cabezas el polvo de los siglos.
Acudió Arturito a defenderla, pero el gaucho, más fuerte y más decidido, le dio un empellón y le apartó de sí bastante maltrecho. Todavía se lanzó sobre Arturito, decidido a darle de golpes; pero unas manos poderosas que parecían dos garras le asieron por ambos brazos, le zarandearon y sacudieron como si fuera un pelele y le derribaron por tierra con desprecio.
Accesos de furor sacudieron un instante sus miembros al hallarse impotente contra los muros blancos, que parecían mirarla con apacible indiferencia; y de pronto, bajándose, recogió un trozo de ladrillo que la casualidad le mostró, a la luz de un farol, caído en el suelo, y con airada mano trazó una cruz roja sobre la oscura puerta reluciente de barniz, cruz roja que dio mucho que pensar los días siguientes a doña Dolores y al tío Isidoro, que recelaban un saqueo a mano armada.
Mira tú, en París de Francia, el cuento ese de la Comun... ¡Anda si pusieron lo de arriba para abajo! ¡Anda si se sacudieron! No quedó cosa con cosa... así, así debemos de hacer aquí, si no nos pagan. ¿Y allá, qué hicieron? Amparo bajó la voz. Prender fuego... a todos los edificios públicos.... Un murmullo de indignación y horror salió de la mayor parte de las bocas.
Bartolo dejó escapar un bufido dubitativo. ¿Qué gruñes tú, burro, qué gruñes? exclamó Quino con rabia. ¿Acaso piensas tú ponerte delante de Toribión? No sería la vez primera. Quino y Celso cambiaron una mirada y sacudieron la cabeza entre irritados y alegres. No sería la vez primera repitió Bartolo sin advertirlo. Una noche que fuí á cortejar á Muñera tropecé con él cerca de Puente de Arco.
Su arrogante talle habíase reducido; las seductoras curvas de su busto y espaldas estaban quebradas o perdidas; el brazo, antes lleno de plasticidad, encogíase en su manga, y los brazaletes de oro que cercaban sus níveas muñecas casi se le escurrieron de las manos, cuando sus largos y huesosos dedos sacudieron convulsivamente las manos de Juan.
No tardaron en aparecérsele media docena de raqueros que, por única bienvenida, le sacudieron tal descarga de coquetazos y de piñas, que el pobre quedó tendido en el suelo, aunque sin extrañarse de semejante acogida, como no se extraña un novel académico, al ingresar en el seno de la corporación, del consabido elocuentísimo discurso que le dedican los veteranos.
Cambió de fisonomía, sus manos temblaron, y viendo á Herminia que, aterrada, se había detenido á tres pasos, se puso á gritar: ¡Mi hija! ¡Oh, Dios mío! ¿Me aborreces ya? Entonces ¿qué va á ser de mí? Grandes sollozos sacudieron nerviosamente á la solterona, que, avergonzada de su debilidad, se cubrió el rostro con las manos y cayó aniquilada en una butaca.
El cielo seguía dejando caer, inflexible, su depósito inagotable de polvo líquido. Dos de los filósofos del arroyo se palparon la ropa, sacudieron el sombrero y, lanzando una sorda imprecación a los elementos, vinieron a refugiarse al soportal, produciendo al llegar leve disturbio entre sus convecinos.
Palabra del Dia
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