United States or Slovakia ? Vote for the TOP Country of the Week !


La baja vino a estrellarse en el muro, a alguna distancia de mi cabeza. ¡Ah, señora! exclamó Ruperto riéndose. ¡Si sus ojos no fueran más mortíferos que su revólver, no me vería yo en este lance, ni Miguel, a estas horas, en el infierno! Antonieta, sin dedicar la menor atención a aquellas palabras, hizo un poderoso esfuerzo y logró permanecer inmóvil, rígida.

Habían llegado al castillo nuevo a la hora convenida, y esperaron cerca de la puerta, que no se abrió porque Juan se vio arrastrado con los otros en auxilio del Duque; es más, deseoso de disipar toda sospecha, se había distinguido muy especialmente atacando a Ruperto en persona, lo que le había valido una estocada de éste.

Tal era mi ocupación cuando el más joven de los Seis, Ruperto Henzar, que no temía a Dios ni al diablo, se adelantó de repente a caballo, con tanta calma como si detrás de cada árbol no pudiese tener yo apostado un buen, tirador, y ni más ni menos que si cabalgase en el parque de Estrelsau.

Y entre estos últimos, descuella el único que de ellos vive, no dónde, aunque estoy seguro de que donde se halle, continuará siendo el malvado de siempre, el seductor de mujeres, el tormento y enemigo jurado de otros hombres. ¿Dónde, dónde está Ruperto Henzar, aquel adolescente que estuvo tan próximo a vencerme?

En aquel mismo instante pasos precipitados y la voz de Sarto que decía: «¡Dios eterno, es el Duque! ¡MuertoComprendí entonces que el Rey no me necesitaba ya, y arrojando al suelo mi revólver corrí hacia el puente. gritos de sorpresa: «¡El Rey, el Reypero imitando a Ruperto Henzar salté al foso, espada en mano, resuelto a terminar de una vez mi contienda con él.

Por mi parte me eché a reír, porque sabía que para mi malparado enemigo no había más que un remedio: venganza. ¿Se sentarán ustedes a mi mesa, señores? pregunté. El joven Ruperto declinó respetuosamente la invitación, alegando que importantes deberes los llamaban al castillo.

El jefe de la cocina era gallego, como el ayuda de cámara del señor, pero tan diestro e inspirado artista como en las edades pretéritas pudo serlo Ruperto de Nola y como puede serlo en el día el más aventajado y brillante discípulo de Gouffé o del glorioso Antonio María Carême, más que oficial, príncipe de boca.

Sólo Ruperto Henzar continuaba tan contento como siempre, y según decía Juan, riéndose a carcajadas porque el Duque ponía siempre de guardia a Dechard cuando la señora de Maubán se hallaba en la celda del Rey; precaución no del todo inútil por parte de mi prudente hermano.

Desde luego indicaba que no habían llegado mis amigos, pues de lo contrario hubieran despachado a Ruperto a tiros. ¡Y el reloj dio las dos y media! ¡Dios mío! ¿Sería posible que viendo la puerta cerrada y no hallándome a orillas del foso, hubiesen regresado a Tarlein con la noticia de la muerte del Rey y la mía?

Son tres contra uno. ¡Sálvate! Me precipité hacia Ruperto, empuñando la maza, y le vi inclinarse sobre su caballo. ¿Te han despachado también a ti, Crastein? gritó. No obtuvo respuesta. Di un salto y así las riendas del caballo. ¡Por fin! exclamé. Creía tenerlo seguro. Mis amigos le rodeaban y no parecía quedarle otro recurso que rendirse o morir. ¡Por fin! repetí.