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Actualizado: 6 de mayo de 2025
Retirado el puente, todo quedó tranquilo. El reloj dio la una y cuarto, y yo me desperecé, bostezando. Habían transcurrido diez minutos, cuando oí un ligero ruido a mi derecha. Miré por encima del tubo y vi una sombra, la vaga silueta de un hombre, en la puerta que daba al puente. Reconocí la gallarda apostura de Ruperto. Tenía una espada en la mano y permaneció inmóvil algunos momentos.
Antonieta extendió la mano hacia el foso y dijo, con voz resuelta: ¡Antes me arrojaría por esta ventana! Ruperto se asomó y volviéndose después hacia ella, dijo: ¡Vamos, Antonieta, usted se chancea! ¿Es posible? ¡Por Dios, qué dice usted!
¡Cómo! ¿Bajó usted a la prisión? Sí. ¿Y el Rey? Fue herido por Dechard, a quien di muerte, y espero que el Rey viva. ¡Necio! exclamó Ruperto jovialmente. Otra cosa hice. ¿Y fue? Perdonarle a usted la vida. Me hallaba detrás de usted en el puente, revólver en mano. ¡Digo! ¡Pues estuve entre dos fuegos! ¡Apéese usted le grité, y luche como un hombre!
Ruperto volvió la espalda a la ventana, saludó y dijo con su voz fuerte y alegre de siempre: Pues estoy tratando de excusar la ausencia de Vuestra Alteza. ¿Podía dejar sola a esta señora? El Duque se adelantó, asió a Ruperto por el brazo y señalando la ventana, exclamó: ¡En el foso hay lugar para otros además del Rey! ¿Me amenaza Vuestra Alteza? preguntó el joven.
Nos dijo que cuando el Duque supo la noticia de la próxima ceremonia se puso furioso; que su exasperación aumentó al declarar Ruperto que yo era muy capaz de casarme con la Princesa y que así lo haría indudablemente; y que Ruperto acabó felicitando a la señora de Maubán, allí presente, porque pronto se vería libre de Flavia, su rival.
¿Cómo vigilan ahora al Rey? pregunté, recordando que dos de los Seis habían muerto y que igual suerte había cabido a Máximo Holf. Dechard y Bersonín están de guardia por la noche y Ruperto Henzar y De Gautet, de día contestó Juan. ¿No más que dos a la vez?
Después levantó el arma lentamente y apuntó con calma. Esperar allí hubiera sido una locura por parte de Ruperto. Tenía que lanzarse sobre ella, corriendo el riesgo de recibir un balazo, o retroceder hacia mí. Por mi parte le apunté también. Pero no hizo una cosa ni otra.
¡Calla! ¡es el cómico! exclamó, y de un poderoso tajo cortó mi maza en dos. Aquel Ruperto Henzar era un verdadero demonio. Le vi lanzarse a escape y arrojarse al agua con su caballo, entre una granizada de balas. La profunda obscuridad que reinaba le salvó la vida. Ganó la orilla opuesta del foso y desapareció. ¡El diablo le lleve! exclamó Sarto.
Así hubiera sucedido indudablemente, pero en aquel instante resonó un grito a nuestras espaldas y volviéndome vi a un jinete que acababa de dejar la avenida y galopaba por el sendero, revólver en mano. Era Federico Tarlein, mi fiel amigo. Ruperto lo reconoció también, y comprendió que había perdido la partida.
Los dos primeros no le acertaron, pero dieron en el tubo, y el tercero rompió la botella en mil pedazos. Supuse que con aquello se daría por satisfecho, pero siguió disparando contra el tubo hasta vaciar su arma, el último de cuyos proyectiles me rozó los cabellos. ¡Ah del puente! gritó una voz con gran regocijo mío. ¡Un momento! exclamaron Ruperto y De Gautet, echando a correr.
Palabra del Dia
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