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Actualizado: 1 de junio de 2025
Y tan borracha como los otros, apoyando su cabeza rubia en una mano, la Marquesita le contemplaba con los ojos entornados; unos ojos azules, cándidos, que parecían no manchados jamás por la nube de un pensamiento impuro.
Una sanluqueña rubia, doradita como una doblilla, con unos ojos negros, grandes, de macarena, que hay que comérselos. ¿He dicho algo, compare? Y sin más preámbulos, me confió prolijamente sus secretos amorosos con la emoción ansiosa de un adolescente.
Nietzsche había dicho á los hombres: «Sed duros», afirmando que «una buena guerra santifica toda causa». Había alabado á Bismarck; había, tomado parte en la guerra del 70; había glorificado al alemán cuando hablaba del «león risueño» y de la «fiera rubia». Pero Argensola le escuchó con la tranquilidad del que pisa un terreno seguro. ¡Oh tardes de plácida lectura junto á la chimenea del estudio, oyendo chocar la lluvia en los vidrios del ventanal!...
Y de pronto, sin saber cómo, sin que ella hiciera un ademán ni dijera una palabra, clavada por el estupor y la vergüenza, sintióse la señora estrechar en cariñoso abrazo por la niña rubia, y la vocecita fresca, que murmuraba: ¡Oh, tía Silda, tía Silda!
Por lo pronto, en consecuencia de tales observaciones, calificó á su sobrina, de quien hasta entonces apenas había hecho caso, de bonita y de discreta. Se puede decir que la miró concienzudamente por primera vez, y vió que era rubia, blanca, con ojos azules, airosa de cuerpo y muy distinguida.
Una imagen que no se aparta de mi memoria surgió de pronto ante mis ojos.... Así, así me miró muchas veces la hermosa niña rubia, objeto de mi primer amor.... Dejó Gabriela el libro que tenía en las manos, y se dirigió lentamente hacia un extremo de la sala, abrió el piano, y me llamó, diciendo: ¿Ha oído usted esta sonata? Y no hablamos más aquella noche.
Si no tenías dinero, podías haberte quedao dando cabezás contra el mostrador, ú poniendo bizmas a la vieja, que paece un vencejo atontao. ¡Carola! ¡Señora! Aquí no hay más señora que una fiera, porque ¿sabes lo que te digo? Que me temo que te lo estés gastando con otras; ¡conque fuera de aquí, a buscar guita! Lo que decía mi pobrecita madre: «sin bolsa llena, ni rubia ni morena».
Hizo saber su deseo á un médico y le declaró resueltamente las condiciones que debía llenar la candidata; tener dos años al menos y tres cuando más; no tener madre ni padre, á fin de evitar toda reclamación; ser bonita, rubia, con ojos azules. En cuanto al carácter, ella se encargaría de formársele y sería bueno.
Era la una, en efecto, rubia y pálida con largos bucles a la inglesa, ojos de cielo y cuello de cisne; un tipo, en fin, que traía a la memoria a aquellas delicadas y vaporosas vírgenes osiánicas prestas a deslizarse sobre las nieblas que coronan las cimas de las áridas montañas escocesas o a esfumarse entre las brumas que invaden las llanuras británicas; una de esas visiones que tienen a un tiempo naturaleza de mujer y de hada, sólo vislumbradas por el genio de Shakspeare, que logró transportarlas del mundo de la fantasía al de la realidad; portentosas creaciones que nadie había alcanzado adivinar antes que él, que nadie ha repetido después, y a las que él puso los dulces nombres de Cordelia, Ofelia o Miranda.
Sí, mírala allá en el rincón. Y me mostró con un movimiento de cabeza una niña pequeña muy rubia, que tenía como ella los ojos colorados, las mejillas inflamadas, y que parecía hacer en aquellos momentos, á una anciana muy atenta, el relato del drama que la hermana Sainte Félix había afortunadamente interrumpido.
Palabra del Dia
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