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Actualizado: 19 de octubre de 2025
Y no obstante, todas las madrugadas, al romper el alba, Febrer, siguiendo los corredores del antiguo convento, regresaba a su cuarto, deshacía la cama para que no sospechasen los sirvientes y se asomaba al balcón. Cantaban los pájaros en un jardín de altos rosales situado a sus pies. Más allá, el lago de Constanza se coloreaba de púrpura con la salida del sol.
Los tupidos jarales contorneados por senderos tortuosos parecían arriates de rosales centenarios. La tierra era blanca, de una blancura de leche; los árboles formaban bóvedas de negro enrejado, por cuyos espacios libres asomaban los planetas sus ojos parpadeantes.
En la ventana, tomando el sol, se veían dos floridos rosales; dentro del cuarto, cuatro macetas de brusco, y colgadas en la pared cinco jaulas, dos con perdices cantoras, y tres con colorines, excelentes reclamos.
Ninguna noche se acuesta sin despedirse de Magdalena; cuando se levanta va a darle los buenos días y en el resto del día siempre lleva en la mano una rosa blanca cortada de los rosales de su tumba y que al retirarse a descansar conserva hasta la mañana siguiente en un jarro de Bohemia que Magdalena tenía siempre en su cuarto.
Por supuesto dijo Juan vivamente, pensando con placer en que así se regocijaría Ana, cuya afición a Sol le era ya conocida, y se daría una prueba de estimación a la pobre viuda : por supuesto que la llevamos. Va a ser una gala de los ojos ver ir por un caminito de rosales que yo me sé, cogidas del brazo, a Sol, Ana y Lucía. Lucía, mañana nos vamos.
Muchos árboles frutales, en flor todavía, muchas acacias y rosales, sin cuento, embalsamaban el ambiente impregnándole de suave fragancia. Don Luis se sintió dominado, seducido, vencido por aquella voluptuosa naturaleza, y dudó de sí. Era menester, no obstante, cumplir la palabra dada y acudir a la cita.
Rasgó pues en dos la hoja del librillo de memoria en que los habia escrito, y tiró los dos pedazos á una enramada de rosales, donde fué en balde buscarlos.
Esta respuesta fantástica le fué probablemente sugerida por la proximidad de los rosales del Gobernador, que tenía á la vista, y por el recuerdo del rosal silvestre de la cárcel, junto al cual había pasado al venir á la morada de Bellingham. El viejo Rogerio Chillingworth, con una sonrisa en los labios, murmuró unas cuantas palabras al oído del joven eclesiástico.
Era blanca la casa, blancas las persianas, blanca la verja, blanca la tienda de campaña de blanco pabellón ya levantada en la playa, blanca la lancha amarrada a la orilla; blancos los rosales que florecían en los cuadros, los geranios que adornaban la entrada y los claveles que perfumaban el jardín.
Cuando volvían por la avenida principal, donde florecían sus hermosos rosales, la señora Liénard arrancó una rosa de púrpura y la ofreció a Delaberge con una mirada llena del más profundo reconocimiento: Deje que haga florecer sus manos... Por el camino aspirará usted el perfume de esta rosa y él le recordará mejor a su pequeña amiga de Rosalinda... Gracias, señor Delaberge, gracias... Ha sido usted muy bueno para mí... Bueno como un padre.
Palabra del Dia
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