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Por fin, la habitación se alumbraba sólo con el resplandor que el sol había dejado en el cielo detrás de la Casa de Campo, y aquel era tan fuerte como el llamear de un incendio. Rosalía quiso encender luz, pero Bringas saltó vivamente con la observación de que la luz no hacía falta para nada... «Eso es, lamparita para que nos asemos de calor... Dispense usted, Sr.

Las explicaciones que Rosalía dio de aquel improvisado lujo no le satisfacían completamente; pero con un esfuerzo de buena voluntad supo admitir el gran economista algunas de ellas. La fe de su religión matrimonial le mandaba creer algo inexplicable, y lo creyó.

Señora añadió, volviéndose á doña Rosalía no extrañe usted esta congoja; no estamos acostumbradas á golpes de esta clase. Nosotras, por nuestro nacimiento, nuestra educación y nuestra religiosidad, hemos estado siempre por encima de todas esas miserias. ¡Ay! nosotras hemos tenido la culpa por nuestra excesiva caridad.

Crea usted que tengo miedo a mi falta de carácter; yo soy muy tonta, y si usted me llora mucho, puede que me ablande y caiga en la tontería de prestarle el dinero; la tontería, , porque me hace muchísima falta». «Nada pensó Rosalía hecha un basilisco . Esta sin vergüenza quiere que me le ponga de rodillas delante... No lo verá ella».

Contó los centenes de oro uno por uno; tocó las dos onzas, el reloj viejo que había sido de su padre, una cadena y medallón antiquísimos... Como no faltaba nada, no había peligro mientras no fuese alzado el doble fondo... Rosalía sintió impulsos de gritar «¡que se quema la casa!», u otra barbaridad semejante; pero no se atrevió porque estaba presente Paquito.

Por aquella época, la ilustre viuda empezaba a declinar ostensiblemente en su porte y en la limpieza y compostura de su vestimenta, si bien no había llegado, ni con mucho, al lastimoso extremo de abandono en que la hemos conocido más tarde. Los niños entraron del colegio, y Rosalía fue a darles la merienda.

Por no salir se los voy a dar, y yo buscaré lo que necesito. Como, a pesar de esto, no se los ponía en la mano, Rosalía estaba en ascuas. «Y le voy a dar un consejo prosiguió la miserable , un buen consejo, para que vea que me intereso por la familia. Y es que no ande en líos con Doña Milagros, que es capaz de volver del revés a la más sentada.

Aguarde usted dijo Refugio . Se me ocurre una cosa. Basta que haya prometido socorrer a usted, para que no me vuelva atrás. La palabra de una Sánchez Emperador es palabra imperial... Y sobre todo, tratándose de la familia... «Suelta la familia de tu boca asquerosa» le hubiera dicho Rosalía. Pues se me ocurre que puedo pedir eso a una amiga.

Pensando esto, Rosalía sentía un volcán en su cabeza. ¿Y a quién, Virgen del Carmen, volvería sus ojos, a quién?... Ni para encomendarse a todos los Santos y a todas las Vírgenes tenía ya serenidad su espíritu. En él no cabía más que la desesperación... Pero cuando se entregaba a ella, sin defensa, un rayo de esperanza cruzó por la atmósfera tempestuosa de aquel cerebro... Refugio...

Rosalía logró abrirse camino por entre el elegante gentío; pero no pudo llegar hasta donde estaba la marquesa, que se había encaramado en el presbiterio, cerca de los curas.