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Actualizado: 1 de junio de 2025
¡Ay! suspiró la joven , mi madre despidió a Rosalía porque vos me hablasteis. Si Marta, mi protectora, me fuera quitada, me moriría de pena. No es lo mismo; por otra parte el destino lo quiere; no hay que vacilar. Vamos, querida mía, calmaos; sentaos en el banco; así será menos fácil que nos vean.
Para que vea usted que la quiero complacer, pongo el 9. Pero si el 9 no se realiza el pago, me veré en la precisión... el Sr. don Francisco tiene dinero... me consta. ¡Ay, gracias a Dios!, hasta el 10. Rosalía se conceptuaba dichosa al ver delante de sí aquellos días de respiro. En este tiempo vendría Pez quizás. Trajérale Dios pronto.
Felizmente me he acostumbrado a no ser hombre de melindres. El caldo del cocido con su buen hueso y tuétano vale más que nada. Rosalía, por no contrariarle, a todo decía amén.
El abatido rostro de Rosalía revelaba bien que tal esperanza no era más que un sueño de aquella mente arbitrista. Deba hacerse constar que la pena de nuestra muy alta señora de Bringas era motivada por sus propias dificultades, no por las de su apreciable amiga.
A Rosalía se le encendieron los espíritus cuando vio los billetes. Pero se le llenaron de tinieblas cuando la condenada chica de Sánchez volvió a meter el dinero en lo profundo, y moviendo la cabeza, le dijo: «¡Ay!, no puedo, señora, no puedo...».
Roja de vergüenza se ponía nuestra amiga sólo de pensar que se rebajaba a pedirle favores de cierta clase. Precisamente el día antes le había contado Torres que la dichosa niña era el escándalo de la vecindad, y estaba enredada con tres o cuatro hombres a la vez. El día 5 un dependiente de Sobrino Hermanos fue a avisar a Rosalía que empezaba a llegar de París el género nuevo de la estación.
Dijo un veremos que me ha olido a sí... ¡Ah!, no olvides que a las nueve menos cuarto hemos de cenar. A dicha hora despidiose Pez, y Rosalía, trocando su galana bata por otra de trapillo y sus zapatos bajos por unas zapatillas de suela de cáñamo, empezó a disponer la cena. Quejábase de un fuerte dolor de cabeza y no tomaría más que un poco de menestra.
A Rosalía empezó a repugnarle tanta circunspección, y ya estaba reuniendo todo su desprecio para dedicárselo por entero, cuando la idea de los compromisos del día 9 la acometió con furia. Pez, leyendo en su cara, le dijo: «Está usted pálida». Rosalía no le contestó.
Púsose un mantón, bajó, entró en casa de las Porreñas, tocó, le abrieron, y se encaró con la faz majestuosa de María de la Paz Jesús, que de muy mal talante le preguntó: ¿Qué quiere usted? Venía á ver al amo de esta casa para decirle una cosa, dijo Rosalía entrando. ¡Qué irreverencia! pensó María de la Paz, viéndola entrar de rondón. Salomé, una luz.
Miguel permaneció sentado junto a Maximina. Saque V. la guitarra, doña Rosalía dijo una de las muchachas. ¿Va a cantar Juanito? Juanito era el piloto del vapor donde nuestro joven había llegado. Era andaluz y muy conocido en Pasajes. En cuanto vino la guitarra, comenzó a alegrar la tertulia con playeras, polos y sevillanas.
Palabra del Dia
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