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El do es terrible, pero el pecho es magnífico, y lo que hay dentro del pecho, el corazón, supera a toda magnificencia. Al gritar Rosalía parece que se le dilatan los pulmones. Con ninguna otra palabra su voz sube tan alto. Yo me río como una loca; pero la verdad es que ese do de pecho penetra en lo más hondo del mío. ¿Quieres creer que hasta como tenor me gusta Ricardo? ¡Es el colmo, hijita!

En lo que no se descuidaba después Bringas era en pedir las llaves y guardarlas debajo de su almohada, porque todos los entusiasmos y aun la flaqueza senil o infantil tienen su límite. De este modo pudo Rosalía explorar libremente el tesoro secreto. Revolvió, contó y recontó todo lo que había en el doble fondo, pasmándose del caudal allí guardado.

Un ratito pudo hablar a solas con Rosalía, y se mostró tan llagado del corazón y tan herido de punta de despecho amoroso, que la honesta señora no pudo menos de compadecerle, sintiendo al propio tiempo dos clases de vanidad; la del triunfo de su virtud y la no menos grande de ser objeto de pasión tan formidable.

Lo de siempre, apuritos. Ya no hay incautos que fíen a esa gente el valor de dos reales. La casta de bobos se va acabando a fuerza de recibir chascos». La boca de Rosalía tenía un sello. No osaba pronunciar una sola palabra. Clavados en su mente, como un Inri, tenía la imagen de Torres y los funestos guarismos de la suma que era indispensable pagarle.

Iban sofocados, sudorosos, de tanto como habían bregado en la galería del piso tercero con Irene y las chicas del jefe de cocinas. «¡Hija, cómo estás!... dijo Rosalía, deteniendo a la niña . Tienes la cara como un cangrejo cocido... Ahora corre aire... métete en casa; no te constipes... ¿Y este granuja...? ¿Ve usted cómo viene?, todo roto y hecho un Adán.

Gracias, replicó Rosalía con desabrimiento, ya gastadas las fuerzas. Levantose para retirarse. Aquella mujer le repugnaba tanto y hería de tal modo su orgullo con lo ordinario de aquellas expresiones y la ruindad de aquellos pensamientos, que no quiso humillarse más. Refugio la detuvo por el brazo, diciéndole en una carcajada: «¿De veras no quiere usted tomar café con nosotras?

Pez y Rosalía, como he dicho, salían a dar vueltas por la terraza. La ninfa de Rubens, carnosa y redonda, y el espiritual San José, de levita y sin vara de azucenas, se sublimaban sobre aquel fondo arquitectónico de piedra blanca que parece tosco marfil.

Un buen rato le duró la risa, de la que participaron todos los presentes, incluso la señora, quien tuvo la increíble bondad de acompañar a Refugio hasta la puerta, y obsequiarla con algunas frases amables. «¿No le preguntaste si se han casadodijo Rosalía a su esposo, cuando volvió apresuradamente al lado de él.

Con estas ingeniosidades, aquel buen cristiano se aplacó, y como al poco rato vino la marquesa, se encerraron las tres en el Camón y estuvieron picoteando todo el día, cortando, midiendo, probando, deshaciendo y volviendo a probar, lo dicho por Rosalía resultó tan verosímil como la verdad.

Sin embargo dijo Rosalía, sacando de una caja varios marabouts y aigrettes y de otra lazos y cordones , aún hay aquí cosas muy bonitas. ¿Le gustan a usted esas aigrettes?... manifestó Refugio, gozosa de poder ser rumbosa con ella . Puede llevárselas... se las regalo. ¡Oh!, no... no faltaba más... , , que tengo mucho gusto en ello.