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Actualizado: 4 de noviembre de 2025
Satisfecho de la fortaleza de Gallardo, como si fuese su progenitor, enumeraba las heridas que llevaba recibidas, describiéndolas como si las viese a través de las ropas. Los ojos de la dama le seguían en este paseo anatómico con sincera admiración. Un verdadero héroe; tímido, encogido y simplote, como todos los fuertes. El apoderado habló de retirarse.
Así es, que sin ruborizarse, los siguió mirando con bastante complacencia, como objetos santos y nada pecaminosos. Pero los tres salieron al punto del agua, y pronto se vistieron de elegantes ropas. Uno de ellos, el más hermoso de los tres, llevaba sobre la cabeza una diadema de esmeraldas y era acatado de los otros, como señor soberano.
Varios oficiales de la Guardia gubernamental y del ejército ordinario se paseaban con una mano en la empuñadura de la espada y la otra sosteniendo sobre el redondo muslo su casco deslumbrante. De los grupos masculinos vestidos con ropas de mujer surgía un continuo zumbido de murmuraciones y pláticas frívolas.
Desde luego, es necesario proveerse de ropas impalpables; además de una buena cantidad de vino y algunos comestibles, porque en las desiertas orillas del río no hay recursos de ningún género, y por fin, que es lo principal, de un petate y un mosquitero.
Un collar, dos brazaletes de perlas, es la armonía de una mujer, el verdadero adorno femenino, que en vez de divertir, conmueve, enternece á la ternura. Ello dice: «¡Amemos! ¡Silencio!» La perla parece enamorada de la mujer y ésta de aquélla. Las citadas damas del Norte, cuando se las han puesto una vez ya no las abandonan, llevándolas día y noche escondidas bajo sus ropas.
El queriendo mirar, ella tomándole de las ropas, del hombro, de la garganta, y diciéndole al oído, quedo, muy quedo: «¡No, no!», desesperadamente. Ya entraban por la otra puerta que acababa de abrirse algunos hombres con hachas encendidas, cuando su amada le puso la mano sobre los ojos.
Intenta con la imaginación atravesar la masa de tierra que cubre á la muerta; pretende ver en la más densa de las sombras. Sólo han transcurrido unos meses de descomposición: su personalidad aún no se ha disuelto enteramente. La ve como era en la vida y al mismo tiempo como es ahora. Su carne se deshace en arroyuelos pútridos que corren por los pliegues de las ropas chamuscadas.
A su lado, una mujerona chata, de desbordantes grasas, sentada en un taburete, se cubría de, los rayos del sol con una sombrilla roja, de encajes, cuya riqueza contrastaba con la mugre de sus ropas. Isidro no la prestó atención. Conocía las debilidades del Ingeniero. Aquélla sería la favorita del momento.
No quieres vivir con nosotros como hermano, ¿verdad? ¿Te empeñas en actuar aquí de cura? Pues ¡a la calle! Mañana te marchas, para no volver nunca. Eso, eso es dijo Tirso al oír la palabra cura. Aprovecha la ocasión que se te presenta para ofender a un sacerdote. Mis ropas, mis hábitos son los que te irritan. ¡Nada importa!
La señorita Nancy no se avergonzaba, por su parte, de esto. En efecto, a la vez que se vestía, la joven contaba a su tía cómo habían hecho su hermana Priscila y ella para poner sus ropas en las cajas la víspera, porque esa mañana tenían que amasar, y limpiar la casa. Era, pues, conveniente que dejaran además una buena provisión de fiambres para los sirvientes.
Palabra del Dia
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