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Actualizado: 4 de junio de 2025
-Sí he visto -respondió Sancho. -Pues lo mesmo -dijo don Quijote- acontece en la comedia y trato deste mundo, donde unos hacen los emperadores, otros los pontífices, y, finalmente, todas cuantas figuras se pueden introducir en una comedia; pero, en llegando al fin, que es cuando se acaba la vida, a todos les quita la muerte las ropas que los diferenciaban, y quedan iguales en la sepultura.
Cerca del pueblo, algunos pescadores de caña, se pasaban la tarde sentados en la orilla y las lavanderas, con las piernas desnudas metidas en el río, sacudían las ropas y cantaban. Tellagorri conocía de lejos a los pescadores. Allí están Tal y Tal, decía . Seguramente no han pescado nada.
Y los pobres, que forman la mayoría, contándose entre ellos no pocos que han sido ministros de Ultramar, me atrevo á sostener que no han tomado un céntimo de peseta al hacerse el reparto de los doscientos millones de pesos fuertes. A algunos, cuyos nombres pudiera citar y á quienes traté y visité hasta que murieron, fue menester venderles los libros y las ropas para poder enterrarlos.
Hacían memoria de su vida nocturna con la pillería de la Alameda de Hércules. Se reían de sus calzones rotos y de las blancas ropas que se escapaban por el rasgón. ¡Qué se te ve! gritaban voces atipladas, con acento femenil. Gallardo, protegido por las capas de los compañeros, aprovechaba todas las distracciones del toro para herirlo con su espada, sordo a la rechifla del público.
No se diferenciaban los hombres de mar de los de tierra, en el vestido, al transcurrir los siglos XV y XVI, exceptuando las ocasiones de embarque de personas reales, que entonces los primeros recibían ropas de grana, por tradición conservada desde los tiempos de D. Alfonso el Sabio.
En cuanto a ellas, que recen en casita; devoción a domicilio, la que se te antoje; pero tengo resuelto que mi padre vuelva a verse bien asistido y que Leo no tenga ocasión de perderse por ir a esa cofradía que ha puesto tienda de ropas. Con estas dos condiciones podemos vivir en paz. ¡Buen cuidado tendré yo de no discutir contigo!
Lo llama por su nombre, le echa los brazos al cuello y trata de apartarle las manos del rostro; y, como todo es inútil, se deshace también en lágrimas. Al ruido de sus sollozos se levanta Juan lentamente y mira a su alrededor, con mirada terrible. Ve unas ropas colgadas de la pared; ropas de niño de una época muy antigua. Las conoce perfectamente.
«Vamos á enterarnos de cómo ha pasado la noche», se dijo. Abrió la puerta, miró al interior de la habitación, é hizo un gesto de asombro. No había nadie en ella; la cama, con sus ropas en desorden, estaba vacía. El español quedó pensativo. Primeramente se imaginó que Federico, no pudiendo dormir en toda la noche, habría salido á dar un paseo al apuntar el alba.
10 Y clamaban a alta voz diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, Santo y Verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre de los que moran en la tierra? 11 Y les fueron dadas sendas ropas blancas, y les fue dicho que aun reposasen todavía un poco de tiempo, hasta que sus compañeros consiervos, sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos fuesen cumplidos.
Lo que importaba era que nadie se mezclase en lo ocurrido allá abajo. ¡Quién sabe cómo estaría á tales horas... el otro! Mientras su mujer le ayudaba á cambiar de ropas y preparaba la cama, Batiste le contó lo ocurrido.
Palabra del Dia
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