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Actualizado: 16 de junio de 2025
Suárez y yo nos miramos un instante a los ojos sin disimular el odio. Yo fui quien rompió el silencio, diciendo: Ante todo, hablaremos bajito para que no se enteren esos señores... Quiero decirle a usted que, después de lo que ha pasado esta noche, usted comprenderá que necesito matarle.
Y luego reclinó la cabeza sobre mis hombros, y rodeó sus frescos brazos a mi cuello. ¡Yo te amo! la dije con voz opaca y ardiente rozando con mis labios sus mejillas. Amparo se estremeció y rompió a llorar. ¡Te amo continué no sé desde cuando! me parece que te he amado toda mi vida; que te amaba antes de nacer. Amparo se estrechó más contra mí.
El doctor rompió el silencio. Te encuentro mejor, Amaury dijo, y tú también debes encontrarme mejor a mi, ¿no es verdad? añadió con intención. Efectivamente respondió el joven: es usted muy dichoso y le doy por ello mi enhorabuena. ¡Qué le vamos a hacer! Es la voluntad de Dios manifestada por la Naturaleza que no tiene el hábito de obedecerme como a usted.
El encanto se rompió y el maleficio volvió a obrar sobre él cuando la tiranía de los padres de la Princesa Catalina hizo que ésta se casara con el general Borischof, gobernador de Kiev.
Sube, hija mía, sube dijo el clérigo abriendo la puerta y hablaremos de eso. Yo te diré dónde está esa calle, y mañana podrás.... No, yo no le quiero ver á usted más. Pero dígame por dónde debo dirigirme. ¿Por qué me ha engañado usted? La joven rompió á llorar como un niño.
Se sonrojó levemente al darse cuenta de su error, mientras Amaury tomándola de la mano la hacía volver al tocador y le decía con acento que revelaba, una penosa ansiedad. ¡Magdalena! ¡Magdalena mía! ¿Qué tienes? ¡No te conozco esta noche! Ella se dejó caer en un asiento y rompió a llorar. ¡Sí! ¡Sí! exclamó.
Nada de particular halló don Silvestre por las calles, fuera del ruido de los carruajes y del incesante movimiento de la gente. Teníale el estrépito ensordecido, y tan atolondrado, que tropezaba con todos los transeuntes, y rompió siete cristales de otros tantos escaparates por huir de los coches, pensando que le atropellaban.
Cuando estuvo a punto, el piloto rompió la concha a hachazos y extrajo la carne, que dió de comer a sus compañeros. No hay que decir que todos ellos hicieron honor al asado, después de veinte horas de ayuno. Se comieron la mitad de la tortuga, reservando para otra comida la otra mitad.
Después rompió a hablar con Segunda sobre si esta ponía o no ponía aquel año cajón en San Isidro, y se retiró al fin, despidiéndose de una manera que bien podía pasar por conciliadora. Fortunata estaba contentísima, y se decía: «De seguro que ahora mismo va con el cuento.
Entonces, y con esta seguridad, Montiño se persignó y rezó apresuradamente la confesión general. Después dijo: Hace dos horas envenené una confitura que ha de servir en una merienda. Y apenas pronunciadas estas palabras, Montiño rompió á llorar.
Palabra del Dia
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