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Actualizado: 27 de junio de 2025


La sangre brotó abundante y cubrió su rostro, obligándole á retroceder para ponerse fuera del alcance de su enemigo, quien se detuvo por un momento respirando agitadamente, mientras los testigos de aquella lucha rompían el silencio que hasta entonces guardaran. ¡Bien por ambos! exclamó Germán. Sois tan valientes como diestros y aquí debe terminar esta contienda.

Todo lo que colgaba de las paredes, ropa, trapos, sogas, se ponía horizontal; balanceábanse las bacías de cobre colgadas en la puerta del barbero; las faldas de las mujeres se arremolinaban; se rompían las vidrieras; los hombres se iban sujetando con la mano sus gorras y sombreros, los curas apenas podían andar; todo lo flotante tendía a tomar la horizontal, y en medio de esta desolación relativa, el Majito avanzaba tieso y altanero, como hombre supinamente convencido de la importancia de sus funciones.

Por desgracia, no bien Antoñuelo se hallaba ausente de Juanita, el influjo bienhechor desaparecía, y los instintos brutales y las malas pasiones acudían en tropel y desataban o rompían las ligaduras y arrojaban al olvido los buenos consejos y preceptos que Juanita le había dado.

Creyó por un momento que el suelo escapaba bajo sus pies; se sintió flotar, rodeado de fuerzas misteriosas que rompían y ablandaban su voluntad. Pasó una mano por su frente, como si quisiera repeler muy lejos esta flaqueza momentánea. «¡Ah, perra!», exclamó mentalmente, insultando á la fortuna, seguro otra vez de que iba á esclavizarla. Y continuó jugando.

Quedáronse tras la esquina familiar y corchete, y a poco oyeron que rompían en una muy armoniosa música las vihuelas, y que cuando se acabó el ritornelo, una voz grave y melancólica, enamorada y dulce, cantó el siguiente: SONETO Insensible es al sol el duro hielo De crudo invierno en el rigor impío; Agua en la primavera, en el estío En cálido vapor se eleva al cielo.

Los árboles que orlaban las riberas del Jarama balanceaban sus negros penachos sobre el fondo azul de la noche. El trote de los caballos y sus cascabeles rompían el silencio de la campiña dormida. La luna esparcía sobre ella su luz suave donde flotaban algunos jirones de niebla. García roncaba. Llegaron a Arganda después de las tres.

El tránsito de esta tropa pesada y ruidosa duró sólo un instante. Ya no quedaba más que ver... La muchedumbre, satisfecha de este espectáculo fugaz después de larga espera, salía de sus escondrijos, y muchos entusiastas rompían a correr detrás del ganado, con la esperanza de ver su entrada en los corrales.

La agitación y el estruendo de esta lucha penetraba en el claustro, rompían su silencio, llamaba a la puerta de su celda y le excitaba y le convidaba a armarse y a ir al combate. Se le antojaba a veces que resonaba en sus oídos como la trompeta del día del juicio y que le resucitaba de entre los muertos.

Al otro día, los periódicos ministeriales de la mañana rompían al fin la estudiada reserva que se habían impuesto, y uno de ellos, La España con Honra, publicaba un pequeño suelto en que se veía la manaza de Martínez levantando la punta del velo que encubría el suceso, con esa táctica refinada de la malicia que, sin necesidad de nombrar, designa señalando con el dedo.

En el tendido de sombra, el graderío circular era un escalonamiento de sombreros blancos que bajaba hasta la barrera. Algunas capotas cargadas de flores o relucientes peinados, destacándose sobre los pañolones de Manila, rompían la monotonía de las hileras de puntos blancos.

Palabra del Dia

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