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Las pequeñuelas, si los mayores se descuidaban, rompían la consigna y se echaban a la calle, en reñida competencia con otras chiquillas pedigüeñas, correteando de una acera a otra, deteniendo a los señores que pasaban, y acosándoles hasta obtener el ochavito.

A las tres y media, de la estación Paddington. ¿Será cómodo para usted? Vendrá conmigo y será mi huésped. Y se rió picarescamente al ver cómo se rompían las conveniencias, y no se tenía en cuenta el probable disgusto que le causaría a la señora Percival.

Era aquello un nido, una hechura de políticos, de periodistas, de tribunos, de agitadores, de ministros, y daba gusto ver con cuánto donaire rompían el cascarón los traviesos polluelos.

No habían andado más de 20 minutos, cuando los exploradores de la Guardia Rural al mando del sargento Rizo y cabo Fifí, del Tercer Regimiento, rompían fuego contra un grupo de negros que, subidos en una loma inaccesible, les respondían á balazo limpio.

Las olas, que rompían blandamente contra las peñas más próximas, blanqueaban de vez en cuando en la obscuridad. ¿Dónde está? preguntaron varios de los espectadores del teatro sacándose los ojos por ver algo. Allí. ¿Dónde? ¿No ve usted aquí, hacia la izquierda, una lucecita verde?... Siga usted mi mano. ¡Ah, , ya la veo!

Después... la hermosa generala le dejó en la calle Mayor a la puerta de su casa, cuando ya los faroles, recién encendidos, rompían débilmente las sombras del crepúsculo. Hasta mañana... a las nueve en punto... ya sabes, en la esquina de la calle de las Infantas.

Cuando salió al muro a dar las tres voces, los troyanos se echaron en tres oleadas contra la ciudad, los caballos rompían con las ancas el carro espantados, y morían hombres y brutos en la confusión, no más que de ver sobre el muro a Aquiles, con una llama sobre la cabeza que resplandecía como el sol de otoño.

En estas ocasiones era algo más expresiva de palabra y de gesto; pero con los muebles y las ropas y los cachivaches de la cocina, porque no quedaban a su gusto, o porque se lucía en algo de ello su trabajo, o pensando en la criada, o en el amo, o en el otro, que, a su juicio, rompían o manchaban.

Por el centro de la ría pasaban pequeños remolcadores tirando de un rosario de gabarras, balandros de cabotaje de las matrículas de la costa, navegando lentamente por miedo á las revueltas; vapores que rompían las aguas con imperceptible movimiento hasta pegarse al descargadero.

Los altos vástagos de las piteras, únicas líneas verticales que rompían la monotonía de los campos, se inclinaron unos tras otros, como si fuesen a romperse, y a continuación una ráfaga fría e impetuosa chocó contra el cortijo.