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Actualizado: 27 de junio de 2025
Es preciso tener presente que en los tiempos de persecucion no regian las leyes ordinarias, y los ministros de los califas rompian caprichosamente la valla de las estipulaciones.
Conservando un resto de vago conocimiento, sintió que las voces se alejaban; que caían los muebles; que se rompían con estrépito los vasos; que callaban los músicos; que, obscurecido el sol, lo sustituía una débil claridad de antorchas; que éstas se extinguían después; que todo quedaba en silencio.
Dos pajaritos extraviados, tiritando de frío, sin ver ningún punto sólido en que posarse, vinieron a descansar un momento sobre el paño de luto que cubría el féretro y que los portadores habían dejado en la saliente de una torrentera, mientras rompían con su cuchillo la nieve helada en sus zuecos de madera. ¡No sé por qué aquellos pobres pájaros extraviados, buscando asilo y socorro sobre un ataúd, me hicieron derramar lágrimas abundantes! ¡Aquello me recordó, sin duda, cuántas miserias y cuántas tristezas habían encontrado asilo en aquel corazón mientras tuvo vida!
Al llegar aquí, los sollozos rompían el tierno pecho de la esposa de Núñez. Fernanda, que también lloraba viéndola tan afligida, no pudo menos de sonreír. ¡Tus hermanas también! ¡Ya lo creo!... ¡Todos, todos desean que se reduzca!... Cuando la hija de Estrada-Rosa le hubo demostrado que no era tan fácil como parecía la reducción de las fuerzas de tierra, su espíritu se serenó al fin poco a poco.
El y los de su banda, que á las siete de la tarde creían indispensable el frac ó el smoking, eran á modo de una partida de indios implantando en París las costumbres violentas del desierto. El champañ resultaba en ellos un vino de pelea. Rompían y pagaban, pero sus generosidades iban seguidas casi siempre de una batalla. Nadie tenía como Julio la bofetada rápida y la tarjeta pronta.
Tornó de nuevo a jurar el mozo, y a maldecirse, diciendo que él no había tomado tal bolsa, ni vístola de sus ojos; todo lo cual fue poner más fuego a la cólera de Monipodio, y dar ocasión a que toda la junta se alborotase, viendo que se rompían sus estatutos y buenas ordenanzas.
Allí quedaba, silencioso, tranquilo, el que había sido su paraíso en la tierra. Jamás, jamás volvería a entrar en él. ¡Cuánta felicidad deshecha en un instante! Tomó la maleta que había dejado caer al suelo y emprendió de nuevo la carrera. Los sollozos le rompían el pecho, las lágrimas le cegaban. Así marchaba aquel hombre al través de la noche desierta en busca de Dios.
Del interior del edificio subió hasta él un estrépito de carcajadas brutales, ruido de muebles que se rompían, correteos de regocijada persecución. ¿Cuándo podría salir de este infierno?... Transcurrió mucho tiempo; no llegó á dormirse, pero fué perdiendo poco á poco la noción de lo que le rodeaba. De pronto se incorporó.
Palabra del Dia
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