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Actualizado: 16 de noviembre de 2025
¡Silencio, es su marido! EL GRUESO ROMANO. ¡Ah, sí, no me acordaba ya! ¡Cielos, qué sed tengo! Me bebería un lago entero, sobre todo con la cenita que me dieron anoche. ¡Si supierais, señores romanos, qué bien guisa mi Proserpina! ¡Es toda una artista! ¡Silencio! EL GRUESO ROMANO. Bueno, he soñado esta noche que la Roma fundada por nosotros se desmoronaba. Casa por casa, piedra por piedra...
Son los Romanos tan soberbia gente, Que luego aceptarán este partido, Y si lo aceptan, creo firmemente Que nuestro amargo daño ha fenecido, Pues está Corabino aqui presente, Cuyo valor me tiene persuadido Que él solo contra tres bravos Romanos Quitará la victoria de las manos.
Baste recordar muy resumidamente que Tamayo de Vargas ponderó su donaire; y don Fernando de Vera y Mendoza le llamó «el Rey de Romanos»; y Pérez de Montalván encareció los «pensamientos sutiles, arrojamientos poéticos y versos excelentísimos y bizarros» de sus comedias; y Salas Barbadillo afirmó que «en el Parnaso no se conocen otras salinas sino las de su felicissimo ingenio»....
De remotas naciones venir veo Gentes que habitarán tu dulce seno Despues que como quiere tu deseo Havrán á los Romanos puesto freno: Godos serán, que con vistoso arreo, Dexando de su fama el mundo lleno, Vendrán á recogerse en tus entrañas, Dando de nuevo vida á sus hazañas.
Roma, cansada de las luchas de Mario y de Sila, de patricios y plebeyos, se entregó con delicia a la dulce tiranía de Augusto, el primero que encabeza la lista execrable de los emperadores romanos.
En España habían mandado también los romanos; pero los moros vinieron luego a conquistar, y fabricaron aquellos templos suyos que llaman mezquitas, y aquellos palacios que parecen cosa de sueño, como si ya no se viviese en el mundo, sino en otro mundo de encaje y de flores: las puertas eran pequeñas, pero con tantos arcos que parecían grandes: las columnas delgadas sostenían los arcos de herradura, que acababan en pico, como abriéndose para ir al cielo: el techo era de madera fina, pero todo tallado, con sus letras moras y sus cabezas de caballos: las paredes estaban cubiertas de dibujos, lo mismo que una alfombra: en los patios de mármol había laureles y fuentes: parecían como el tejido de un velo aquellos balcones.
Teneos, Romanos, sosegad el brio, Y no os canseis en asaltar el muro, Que aunque fuera mayor el poderio Vuestro, de no vencerme os aseguro. Pero muestrese ya el intento mio, Y si ha sido el amor perfecto y puro Que yo tuve á mi patria tan querida, Asegurelo luego esta caida. Aqui se arroja de la torre, y dice CIPION.
Digo, en fin, que volví a mi ración perruna, y a los huesos que una negra de casa me arrojaba, y aun éstos me dezmaban dos gatos romanos; que, como sueltos y ligeros, érales fácil quitarme lo que no caía debajo del distrito que alcanzaba mi cadena.
Pero vamos, señora, ¿qué queréis de mí? No puedo más. Aunque soy un antiguo romano, vais a hacerme perder el juicio. ¡Cesad de llorar, os lo ruego! CLEOPATRA. Entonces, ¿nos dejáis partir? ESCIPIÓN. ¡Desde luego! Estáis libres. Id en busca de vuestros maridos. ¿Verdad, señores romanos? ¿Pueden partir? EL GRUESO ROMANO. ¡Naturalmente! Que se vayan; raptaremos a las mujeres de los etruscos.
Me acordé de que en sus famosas saturnales los romanos trocaban los papeles y que los esclavos podían decir la verdad a sus amos. Costumbre humilde, digna del cristianismo. Miré a mi criado y dije para mí: esta noche me dirás la verdad. Saqué de mi gaveta unas monedas: tenían el busto de los monarcas de España. Cualquiera diría que eran retratos; sin embargo eran artículos de periódico.
Palabra del Dia
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