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Actualizado: 3 de junio de 2025
Entonces, le dije al fin levantándome creo que lo más discreto es que no vuelva más a verla. Creo lo mismo me respondió. Pero no me moví. ¿Nunca más? añadí. No, nunca... como usted quiera rompió en un sollozo, mientras dos lágrimas vencidas rodaban por sus mejillas. Al acercarme se llevó las manos a la cara, y apenas sintió mi contacto se estremeció violentamente y rompió en sollozos.
Le molestaba ver aún allí el relampagueo de aquella mirada fría, repeliéndole, evitando la aproximación. Le avergonzaba el recuerdo de sus estúpidas preguntas. Y sin contestar al saludo del ermitaño y su familia, se lanzó monte abajo con la esperanza de volver a encontrarla, no sabía dónde. Rodaban las rojas piedras bajo sus pies.
Cuando me levanté y me incliné para darle un beso en la frente, vi que por las pálidas mejillas de la enferma rodaban dos lágrimas, dos lágrimas de esas que en el rostro de un cadáver parecen gotas de rocío en el seno de una rosa blanca. Salí del aposento con el corazón hecho pedazos. Tía Pepa me seguía silenciosa y cabizbaja.... Por fin habló: ¿Qué dices de eso?
Le llamaban «el mallorquín de las onzas», porque su madre le remitía el dinero en onzas de oro, que rodaban con reflejo escandaloso sobre las mesas verdes. Al prestigio de esta magnificencia monetaria iba unido su extraño título de butifarra, que hacía sonreír en la Península, evocando en la imaginación de muchos una especie de autoridad feudal, con derechos de soberano, sobre lejanas islas.
Sonriendo, la tomó de la mano para obligarla a entrar. «El pobre Canencia... dijo . Cosa rara... Hace tanto tiempo que está tranquilo... Pero es un ángel, es incapaz de hacer el menor daño». Ambos le miraron. El semblante del anciano no expresaba ira, sino emoción, y dos lágrimas rodaban por sus mejillas.
El verbo Ser hizo una especie de cadalso ó tribuna con dos admiraciones y algunas comas que por allí rodaban, y subió á él con intención de despotricarse; pero le quitó la palabra un Sustantivo muy travieso y hablador llamado Hombre, el cual, subiendo á los hombros de sus edecanes, los simpáticos Adjetivos Racional y Libre, saludó á la multitud, quitándose la H, que á guisa de sombrero le cubría, empezó á hablar en estos ó parecidos términos: «Señores: la osadía de los escritores españoles ha irritado nuestros ánimos, y es preciso darles les justo y pronto castigo.
Y en seguida: ¿por qué ponía el cura una cara tan chusca, mientras yo recitaba mi lección? Y me eché a reír mientras las lágrimas me rodaban por las mejillas. Pero por más que intenté profundizar este problema, no di con la solución.
Empezó a manifestarse en ella una inquietud de mal agüero: movía la cabeza de un lado y de otro como si no hallase sitio donde colocarla, como si buscase ya la almohada donde había de reposar eternamente. Las manos vacilantes tomaban y soltaban las ropas del lecho incesantemente, mientras sus ojos también rodaban sin parada por las órbitas, clavándolos de vez en cuando en el techo de la estancia.
El gentío presentaba igual aspecto en todas las calles, como si la ciudad entera se hubiese vestido con arreglo al mismo patrón. Sombreros cordobeses de blanco fieltro o marineras de paja, cazadoras de color claro, corbatas rojas, y en todas las bocas un cigarro de a palmo. La Bajada de San Francisco era un torrente por el que rodaban sin cesar las oleadas de gentío.
Un cuarto de hora después, algunas piedras pequeñas que rodaban, me indicaron que alguien bajaba la cuesta. No tardó en aparecer un indio montado en un caballito alazán, flaco, pero de piernas delgadas y nerviosas. Me paré en medio del camino y a veinte pasos mi hombre se detuvo intrigado, sin duda por mi traje exótico en aquellos parajes.
Palabra del Dia
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