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Actualizado: 11 de mayo de 2025


En este barrio levítico de París, con sus hoteles para curas y familias religiosas, sombríos como conventos, y sus almacenes de imaginería piadosa que infestan el globo de santos charolados y risueños, se verificó la gran transformación de Gabriel.

El paisaje es vasto, variado y realmente bello, por el juego que hacen en el panorama las montañas, los planos inclinados, los risueños vallecitos, la limpia y verde llanura y la masa de la ciudad, sobre la cual descuella la admirable torre de su preciosa catedral.

Su reconocimiento a las dos señoras, y principalmente a Benina, le duraría tanto como la vida... Sentía nuevo aliento y esperanzas nuevas, presagios risueños de obtener pronto una buena colocación que le permitiera vivir desahogadamente, tener hogar propio, aunque humilde, y... En fin, que estaba el hombre animado, y con la inagotable farmacia de su optimismo se restablecía más pronto.

Con aquel cambio de impresiones placenteras, fácilmente se transportaba el espíritu de la buena señora al séptimo cielo, donde se le aparecían risueños horizontes; pero no tardaba en caer en la realidad, sintiendo el vacío por la falta de su compañera de trabajos. En vano la volandera imaginación de Obdulia quería llevársela, cogida por los cabellos, a dar volteretas en la región de lo ideal.

El señorito Octavio, aunque no sintiese miedo precisamente cuando veía blanquear entre las sombras espesas la camisa de un labrador, no le hacía gracia ninguna. Por un instante quedaban suspensos en el aire los risueños fantasmas de su imaginación, esperando que el transeunte pasase.

Yo he oído la alegre canción que vibra en ellos, y os juro que es una alegre canción de amor y de esperanza, como aquella cuyo eco mortecino susurrea entre los labios entreabiertos y risueños de los niños dormidos».

Pues cuando menos lo pienses vendré por la noche á llamar á tu ventana... Adiós, Florita; adiós, botón de rosa... adiós, clavel de Italia, ¡adiós! ¡adiós! Y D. Lesmes descargó su emoción hincando las espuelas á la jaca, que botó como una pelota y se alejó brincando con fragor por la calzada pedregosa. Flora permaneció un instante inmóvil contemplándole con ojos risueños y triunfantes.

Al fin se despidió lleno de gozo, prometiendo venir a buscarlas de noche para llevarlas al teatro. Al poner el pie en la calle, cortó repentinamente el hilo de sus risueños pensamientos el ver apostado en la acera de enfrente, y en actitud de espera, a lo que podía sospecharse, al cadete enamorado de su hermana. «Vaya, me parece que voy a tener que andar a pescozones con este majadero» se dijo.

Barbarita abría cada ojo como los de un ternero cuando su mamá, sentándola sobre el mostrador, le enseñaba abanicos sin dejárselos tocar; y se embebecía contemplando aquellas figuras tan monas, que no le parecían personas, sino chinos, con las caras redondas y tersas como hojitas de rosa, todos ellos risueños y estúpidos, pero muy lindos, lo mismo que aquellas casas abiertas por todos lados y aquellos árboles que parecían matitas de albahaca... ¡Y pensar que los árboles eran el nada menos, estas hojuelas retorcidas, cuyo zumo se toma para el dolor de barriga...!

Con una poca costumbre, llegará usted a discernir los días en que hay que ser una compañera de fiesta y aquellos en que hay que resignarse a no ser mas que una esposa. Apuesto a que el señor Stowe es uno de estos egoístas risueños que quieren que todo el mundo sea feliz en el momento en que ellos están satisfechos de la vida, y que no toleran que nadie esté alegre si ellos están tristes.

Palabra del Dia

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