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Actualizado: 11 de junio de 2025


Poco después viene el Príncipe, lisonjeándose de encontrar á su amada, y entregarse á sus apetecidos y risueños devaneos.

Pero esta vez había más severidad que asombro pintada en ellos, mayormente en el de su tío. ¿Qué es eso, Miguel? le dijo con aparente calma. ¿Por qué estamos tan risueños? Miguel se puso muy colorado, y no contestó.

¡Esto no es posible, me hace una comedia! se decía ante los ojos risueños que la miraban; no se recibe de esa manera la noticia de la mala conducta de un novio. En otro rincón del salón, la señora Gardanne, de muy buena fe, ponía un celo no menos caritativo en instruir a su cuñada del encuentro que había hecho Bertrán en las carreras de Ascot.

De Urdaneta y Legazpi el apellido será, acaso, de todos olvidado, y de mi patria el nombre venerado ni evocado será, ni enaltecido. Acaso alguien recuerde, como en sueños, un pasado de encantos más risueños, que en su eterna canción digan las olas; pero aun cuando en placer se trueque el llanto ¡No tendrán ya estas islas el encanto de las dulces mestizas españolas!

Buenos ojos le vean a usted, Pepe dijo Esperancita clavando los suyos, risueños y nada feos, en el famoso salvaje. Preciosos son los que le están viendo ahora se apresuró a decir Ramoncito. Castro, antes de responder, le volvió a mirar severamente. El concejal, aturdido, dijo para amenguar un poco su torpeza: Porque ésta es la familia de los ojos bonitos. Gracias, Ramón.

Y mientras Nébel se alejaba, tardo, por el muelle, volviéndose a cada momento, ella, de pecho sobre la borda, la cabeza un poco baja, lo seguía con los ojos, mientras en la planchada los marineros levantaban los suyos risueños a aquel idilio y al vestido, corto aún, de la tiernísima novia. #Verano#

Pasaron cuatro días; ya no me acordaba de aquella niña, o si me acordaba era de un modo vago, como la memoria de los días risueños de la juventud. Tenía casi ultimados mis negocios y andaba preocupado con la elección del día para marcharme. Será cosa, a más tardar, del viernes o el sábado, me dije después de comer, encendiendo un cigarro y echándome a la calle.

La música rompió a tocar, chillaron los cornetines, sonaron el bombo y los platillos como una tempestad lejana, y por toda la plaza se esparció un ambiente de bienestar, reflejándose en los rostros. La Marsellesa... ¡y el gobierno en la hoguera! ¿Qué más podían pedir? Y el entusiasmo meridional, caldeando los cerebros, hacía pasar ante los ojos risueños espejismos.

A la tercera vez ésta se hizo cargo de lo que aquello significaba, y exclamó mirándola con ojos risueños y compasivos: ¡Pobrecita! ¡Pobrecita mía! Cecilia se tapó los suyos con las manos y estuvo así un rato. ¿Qué tienes? le dijo al fin doña Paula. Nada, nada. Pero continuó cubriéndose los ojos. Vamos, ¿qué tienes, hija mía? No tengo nada contestó destapándose al fin.

Pero ¡ay! no busquéis en los habitantes de Villaverde una alegría placentera, como pudierais esperarla, en harmonía con la naturaleza; no busquéis allí caracteres regocijados, espíritus afables y risueños. Villaverde es la ciudad de los espíritus desalentados y melancólicos; es la ciudad de las almas tristes. ¿Cosa del clima?

Palabra del Dia

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