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Actualizado: 5 de julio de 2025


Cambiamos un apretón de manos y no hubo más. La de Ribert, a quien encontré al salir de la Catedral, me dio broma amablemente sobre mi repentino desencanto respecto de nuestros estudios... Protesté, pero débilmente y sin convicción. Para explicar mi cambio de actitud alegué unos trabajos urgentes de pintura.

Al contar mis últimas impresiones sobre mi asunto favorito, hablé del deseo de saber lo que piensan los hombres que no se casan. ¿Para qué? preguntó la de Ribert un poco asombrada. Para comprender sus motivos de celibato. Puesto que hay solteronas recalcitrantes que lo son a pesar suyo, tendría curiosidad de saber los motivos que alegan esos caballeros para despreciarlas de ese modo.

En el primer momento, la de Ribert quería devolver la carta y rogar al señor... no, no puedo escribir su nombre... que hiciese sus encargos él mismo, pero le supliqué que salvase mi amor propio y aceptase la misión que se le confiaba.

Está encantadora, mientras que yo tengo la sensación de estar estúpida como una docena de gansos reunidos... La de Ribert me mira con reproche, la abuela con ansiedad, y las dos están casi duras con Francisca, y cortan intencionadamente sus frases más brillantes... Por fortuna para mi amiga, su humor parece estar en buen tiempo fijo y me quedo asombrada de su dulzura desusada. ¡Pobre Francisca!

La abuela echa chispas contra Francisca; la de Ribert y Genoveva están indignadas, y el cura afirma que desde Dalila no se ha visto un ejemplo de traición semejante... Me esfuerzo por parecer animosa, pero estoy herida en el corazón... ¡Queridos sueños míos!... ¡Qué derrumbamiento! 20 de marzo.

Mi inocencia no sospechó del señor de Baurepois, el cual no me parecía de la madera de que se hacen los maridos. En casa de la Bonnetable, olvidada ya de su enfado, esperé en vano al señor en honor del cual me había puesto mi traje azul y el sombrero cuya pluma, etc. En casa de la señora de Ribert, ni sombra de pretendiente. En casa de la Roubinet, nada más que un diluvio de flores de retórica.

Y si no se le hace traición, se le acapara y se la ocupa de los demás y no de misma... Vive para los pobres, para los desgraciados y para los enfermos... Envejece... se acartona... se deseca... Y muere dijo la de Ribert en tono trágico.

La de Ribert y Genoveva han quedado conquistadas como yo... aunque en distinto grado. Hasta Celestina manifiesta alguna indulgencia hacia el señor Baltet. La abuela no habla más que de él, y su nombre sale a cada instante en la conversación... Yo sonrío y me pongo encarnada... Dios mío, qué dichosa soy... Francisca me asombra prodigiosamente.

¡Qué Francisca ésta! murmuró la indulgente Genoveva con una mirada suplicante hacia su madre para que no respondiese a Francisca. La de Ribert me leyó todas las cartas recibidas, y dejé a aquellas señoras, llevándome la carta de mi alma hermana, que Genoveva me puso en la mano en el momento de salir.

Hacía falta añadir la lucha vergonzosa que atraviesa la joven sin fortuna en el camino de la que la posee... También está relatado. No hablemos de eso exclamó la de Ribert con lágrimas en los ojos. Distráigase usted, Magdalena, y no piense más en esa decepción que nos incumbe a todos, y a sobre todo...

Palabra del Dia

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