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Actualizado: 5 de julio de 2025


El padre Tomás movió la cabeza, la abuela me miró con expresión de alarma y la de Ribert y Genoveva parecieron confusas. Es duro añadí bajando los ojos, ser engañada por la amistad y por lo que se cree ser el amor... Nadie respondió.

¡Qué gusto, saber lo que piensan esos bribones de hombres, cuando no las echan de gran corazón!... ¡Cuánto me alegro de que me admita usted a conocer las lucubraciones de esos caballeros!... Y con más motivo dijo la de Ribert, puesto que encuentro que las dos cartas de que se trata, le convienen a usted bastante...

Semejante disposición huele a feminismo dijo la abuela pensando todavía en la conversación del cura con la de Ribert. ¡El feminismo!... ¡El feminismo en Aiglemont! exclamó con horror el Señor Boulmet.

Y bien dijo alegremente la de Ribert mientras la abuela volvía a suspirar, tanto mejor... Puesto que se dice que ya no es posible casar a las hijas, dichosas la que no tienen la vocación del matrimonio. , lo concedo dijo el cura. ¿Pero por qué ese estado de alma reina precisamente entre las jóvenes que se casarían más fácilmente?

Las presentaciones no me enseñaron nada. Le había conocido... ¡Cómo se parecía al hombre de mis sueños!... Su voz tiene las mismas inflexiones corteses... ¡Es él!... Pero... si es él, es que la abuela y la de Ribert me han adivinado... ¡Qué vergüenza!

¿Y quisieras conocer a esa alma hermana? preguntó con curiosidad Genoveva sonriendo. Puede ser dije sintiendo que me ponía colorada. Quisiera al menos saber si existe... Vean ustedes esta joven razonable que quisiera hacer un estudio del natural exclamó la de Ribert sonriendo... Después de todo añadió después de una corta vacilación, ¿por qué no?...

Y bien, Magdalena preguntó la de Ribert para evitar a San Pablo una nueva algarada; ¿qué tiene usted que reprochar al matrimonio, hija mía? El marido respondí con sincera convicción. ¡El marido! exclamó la de Ribert riendo, con gran contento de Genoveva, que gozaba deliciosamente de la alegría de su madre. ¡El marido!... Qué gran verdad...

, lo concedo respondió Francisca en tono de condescendencia. Pero ese señor, en vez de volver la espalda en seguida, pudo decir claramente lo que pensaba a la madre de la joven. Pudieron entenderse, economizar, borrar uno de los gastos... ¿Cuál hubiera usted borrado, Francisca? preguntó la de Ribert con una sonrisa ligeramente burlona. ¿Yo?... Ni uno, señora, respondió Francisca muy convencida.

Esta mañana, almorzando, la abuela me hizo observar que estaba quedando mal con la de Ribert y que no debía abandonarla así, después de haberla molestado tanto con mis deseos de estudio.

»Mientras las muchachas pobres sean la reproducción exacta, en cualidades, defectos y gustos, de las ricas, que no se extrañen de que éstas sean preferidas. »Someto mi caso y mis reflexiones a su alto juicio, y ruego a usted que se sirva aceptar mis homenajes. ¿Qué decís de esto, hijas mías? preguntó la de Ribert. Es muy interesante respondí pensativa.

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