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No pude menos de ruborizarme al oír estas palabras que estaban tan en el tono de mis ideas, y me apresuré a distraer la atención de Genoveva, que empezaba a pesarme un poco. Nuestros estudios adelantan mucho, ¿verdad? dije con una flexibilidad de tono digna de Francisca. respondió la de Ribert, y estoy muy satisfecha al ver que los hombres no son tan egoístas como yo temía.

Me contó entonces que había vigilado mis impresiones, que se había confiado al padre Tomás, y que la de Ribert había prestado su concurso a la conspiración. Este había pedido con la misma ocasión algunos datos sobre los descubrimientos arqueológicos hechos en Aiglemont, y la de Ribert había respondido tan bien, que el señor Baltet manifestó el deseo de venir a juzgar personalmente.

Estaban dando las dos cuando la campanilla sonó alegremente a impulso de un mano viva y nerviosa. Es la señorita Francisca, seguramente dijo Celestina, yendo a abrir sin apresurarse. Era ella, en efecto, que venía con Petra Brenay, Genoveva Ribert y sus madres, a buscarme para dar un paseo. Acepté con entusiasmo.

No había yo reflexionado en la cruel necesidad de alimentar dos estómagos, en lugar de uno... ¿Dos?... terminó Genoveva; di más bien tres... cuatro... cinco... seis... ¿Por qué no doce... o dieciocho?... Como en el Canadá hizo observar la de Ribert. Pero en el Canadá produciría vergüenza escribir semejante carta. Allí se considera una familia numerosa como una bendición divina.

Es singular esta Francisca... Mi destino empieza a dibujarse... Voy a él confiada y dichosa, creyendo al fin en la felicidad de la mujer en posesión de un marido amado y de unos hijos queridos... ¡Qué camino recorrido en pocas semanas!... No he podido menos de hacérselo observar a la de Ribert, cuya indulgencia conozco. Es el momento psicológico, Magdalena... Esa hora suena para todas...

No ha llegado la hora de Magdalena, ha dicho la de Ribert a Genoveva. Cuando esa hora suene, discutirá menos... Su convicción se formará sola y ella misma reclamará el derecho de casarse con el que le haya gustado. ¡Oh! señora respondí con cierta melancolía, renuncio a conocer jamás esa hora... Jamás podré acostumbrarme a ese modo de casarse...

Mi dicha está, sin embargo, un poco empañada por el aspecto frío de la abuela, cada vez más disgustada por las ideas de su nieta; así es que no me atrevo a hablar de este asunto espinoso y mi alegría es silenciosa. La de Ribert, que es la bondad misma, ha venido con Genoveva para darme lectura de los primeros envíos.

La abuela va con frecuencia a casa de la Ribert, el padre Tomás viene a la nuestra, Genoveva aparece y desaparece y me envía amables sonrisas, y Celestina afecta cierto aire de discreción... Con tal de que no piensen otra vez en casarme... ¡Oh! no, no estoy para entrevistas... No he podido menos de dar parte a Francisca de mis temores, y me ha animado a la resistencia.

Es una linda muestra de los productos modernos, con una ligera tintura de bellas letras. «Un perfecto egoísta a la Esfinge del Periódico de las preguntas y respuestas: »Oh, Esfinge, que se oculta bajo la modesta apelación de «persona seriasiento que es usted mujer joven y bonita...» Cuando se quiere mostrar ingenio interrumpió la de Ribert, se engaña uno algunas veces...

Estaba recorriéndole con toda la melancolía de un ensueño interrumpido, cuando han venido a pedir noticias mías el padre Tomás, la de Ribert y Genoveva. Les he leído unos pasajes de mi precioso cuaderno, y el padre Tomás me aconseja que le continúe. ¿Qué voy a continuar? pregunté. ¿Se continúa lo que está acabado? ¿Cómo que está acabado?...