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Que estoy cansado. ¿Pero qué hacéis que no entráis, amigo Juan? Entrad, entrad, caballero dijo Dorotea levantándose ; esta casa es muy vuestra. Y levantó la otra cortina que el bufón no había levantado. Al ver á Dorotea Juan Montiño, y al ver á éste Dorotea, sucedió una cosa singular: los dos retrocedieron, los dos cambiaron de expresión.

El orador hablaba bien, sin duda: grandes aclamaciones acogían sus palabras; pero los continuos empellones, los gritos de los pisoteados y estrujados no permitían á aquél expresarse con desahogo. Algunos pedían silencio; pero el silencio en toda la plaza era imposible. A lo mejor, los que en el arco discutían con la autoridad, retrocedieron al ver que la tropa resistía.

Los alaridos de los australianos les hicieron ver que también habían acertado en su puntería, poniendo a dos enemigos más fuera de combate. Los dos jóvenes retrocedieron precipitadamente, cargando los fusiles, y llegaron adonde estaban el Capitán y el piloto, los cuales no habían abandonado la caldera. ¿Estáis heridos? les preguntó Van-Stael. No, a Dios gracias respondieron.

Desde el torreon de Guansapata y de la plaza se les hizo tambien bastante fuego con la artilleria, cuyos tiros dirigidos con oportunidad y acierto, causaron algun estrago en los enemigos, que amedrentados retrocedieron á lo mas eminente del Cerro de Orcopata, hasta que con la proximidad de la noche cesó toda hostilidad de una y otra parte, sin que de la nuestra hubiese perecido alguno, pero muchos de la suya, con un número considerable de heridos que tuvieron.

Un enorme canto, lanzado por las robustas manos de Tres Pesetas, chocó en la puerta tan fuertemente, que si hubiera cogido á alguno le hace añicos. Felizmente los jóvenes estaban seguros, y los de fuera, al ver que la presa se les había escapado, retrocedieron, marchándose todos á dar una armoniosa cencerrada al Capitán general de Madrid. #La tragedia de los Gracos.#

Los demás retrocedieron vociferando y amenazadores siempre, pero quedándose á prudente distancia, después de destrozar el cuerpo del infeliz escudero; acto de crueldad que vengó Tristán abalanzándose sobre la chusma y asiendo con sus nervudas manos á dos villanos, cuyas cabezas golpeó una contra otra con fuerza tal que ambos quedaron tendidos en el suelo, sin dar señales de vida.

Al mismo tiempo un escuadrón de caballería bajaba por la calle del Conde-Duque, y un batallón de nacionales avanzaba por la del Portillo, impidiendo la salida de los amotinados. Hubo luchas parciales; pero, no obstante, la dispersión del pueblo fué completa, desde que los del portal, recibidos por una descarga, retrocedieron hacia la plaza.

La caballería, brazo de los momentos terribles, no funcionaba aún y permanecía detrás, quieta y relinchante, conteniéndose con sus propias riendas. Pero a pesar de generalizarse la lucha, en aquel primer período de la batalla todo el interés continuaba, como he dicho, en el ala izquierda. Atacada por los franceses con valentía pasmosa, nuestros batallones de línea retrocedieron un momento.

Los otros, que parecían indecisos, retrocedieron; pero en seguida volvieron a acometer atropellándose los unos a los otros para acabar más pronto con aquellos hombres. Ya iban a llegar a la chalupa, cuando ésta, que desde hacía algunos instantes estaba dando tumbos sacudida por la marea, se puso a flote deslizándose a través del banco. ¡Libres! gritó Cornelio.