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Actualizado: 20 de julio de 2025


Soy tenedor de libros» respondía D. José, satisfecho de una razón que, a su juicio, excusaba todas las demás razones; y consideraba para cuán lejos está de la mente del vulgo aquel precioso arte o ciencia en que era maestro.

Esto , de adentro, muy cerca aún, el maligno malacara respondía a sus desesperados relinchos, con un relinchillo a boca llena. Hasta que esa mañana el viejo alazán halló la brecha muy sencillamente: Cruzando por frente al chircal que desde el monte avanzaba cincuenta metros en el campo, vió un vago sendero que lo condujo en perfecta línea oblicua al monte.

En vano aconsejaron a Velázquez los que le rodeaban que pintase asuntos de más seriedad en que pudiese imitar a Rafael de Urbino: él respondía que más quería ser primero en aquella grosería que segundo en la delicadeza.

¡Don Melchor!... ¿cómo le va?... Y no pasó por el lado de alguna persona sin provocar exclamaciones análogas a las que invariablemente respondía dando la mano y con frases amables. ¡Qué popularidad tienes aquí! le dijo Lorenzo. ¿Y dónde no?... le interrumpió Baldomero, si donde está D. Melchor está la fiesta... está la risa... ¡Si es como una gran alegría que anda paseando!

Soy tu lavandera, ¿no me has conocido? respondía el joven. ¡Oh, mi lavandera no es tan pícara como ! La careta me hace ser pícara; sin careta soy muy inocente. Vamos, máscara, dime quién eres; has conseguido interesarme... si me lo dices, prometo guardarte el secreto. El joven se obstinaba en sostener que era la lavandera; ambos se reían de aquel disparate.

Entre tanto Nisita se iba abriendo camino al través de piernas y sillas, hasta acercarse a la niña de ocho años que llevaba en brazos al rorro. Un tiquito... un tiquito gritaba la rubilla mirándole compadecida y embelesada . Ámelo. No podrás con él respondía desdeñosamente la niñera. Le oy teta argüía Nisita haciendo el ademán correspondiente al ofrecimiento.

Desgraciadamente, doña Victorina estaba allí, doña Victorina que cogía para al joven para pedirle noticias de don Tiburcio. Isagani se había encargado de descubrir su escondite valiéndose de los estudiantes que conocía. Ninguno me ha sabido dar razon hasta ahora, respondía y decía la verdad, porque don Tiburcio estaba escondido precisamente en casa del mismo tío del joven, el P. Florentino.

Que hable el abogado de pobres. ¡Dejadle que hable! decía su hermano riendo. Y ella entonces enrojecía y callaba. Ese señor de la Peña no es malo, porque no puede serlo manifestaba Tristán con asombro de todos. ¿Cómo que no puede? Todos los seres en la tierra pueden hacer el mal. Hasta una pulga te muerde si le da la gana respondía don Germán.

Una carcajada seca, sepulcral siguió á estas palabras mientras una voz ahogada respondía: ¡No! ¡piedad...! Era el P. Salví que rendido por el terror estendía ambas manos y se dejaba caer. ¿Qué tiene V. R. P. Salví? ¿Se siente mal? preguntó el P. Irene, Es el calor de la sala... Es el olor á muerto que aquí se respira...

Hízole otras mil preguntas para aplacar su ardentísima curiosidad; cómo estaba vestida y peinada; qué tal se expresaba; cómo tenía arreglada la casa, y Nicolás respondía echándoselas de observador.

Palabra del Dia

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