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Actualizado: 26 de octubre de 2025
Un día Quiroga raya su caballo en la puerta de su casa, y le dice: «Señor gobernador: vengo a avisarle que estoy acampado a dos leguas con mi escolta.» Agüero renuncia. Trátase de elegir nuevo gobernador, y a petición de los vecinos, él se digna indicarles a Galván. Recíbele éste, y en la noche es asaltado por una partida; fuga, y Quiroga se ríe mucho de la aventura.
Se hablaba de un desesperado que se había quitado la vida, y los más condenaban al suicida; pero ella había expresado un sentimiento de que los creyentes no son capaces: no era cierto, decía, que la renuncia a la existencia acarreara una condena inevitable: no era cierto que la fe condenase en todos los casos la muerte voluntaria.
Este se enfurece y renuncia á su Laura; sin embargo, no le es posible desterrar por completo de su pecho el amor que le inspira, y, fingiendo ser Octavio, se desliza bajo de sus ventanas, para convencerse de su infidelidad, puesto que duda de ésta, á pesar de las apariencias que la confirman.
El joven Don Juan renuncia, por amor á Elena, á la posesión de una rica prebenda, que debe á su padre, por cuyo motivo es abandonado por aquél. Agradecida Elena al sacrificio que hace por ella su amante, toma la extraña resolución de venderse por esclava del padre de Don Juan para aplacar su cólera y reconciliarlo con su hijo.
Las respuestas que ella da á sus propósitos galantes, están llenas de sencillez y de fina ironía; pero son tan decisivas, que el galán no puede ocultarse las graves dificultades que encontraría en la realización de sus deseos, y, sin embargo, al despedirse no vacila en declarar que no renuncia á los planes formados contra ella.
Mi marido acaba de suscribir la renuncia que yo deseaba en favor de mi hermana. Esta va a comprar la finca de Rieux, donde pasamos tan alegres días durante nuestra niñez. 14 de septiembre de 1804. Me hallo en Belley, adonde he ido a buscar a mi Alfonso para las vacaciones.
Lo cuarto, que la Junta ha de nombrar quien deba ocupar cualquiera vacante por renuncia, muerte, ausencia, enfermedad ó remocion.
Pero tú no cesaste de exhortarme, tanto, que por fin, hace ocho días, armándome de todo mi valor, le pedí que compartiera mi suerte. Ella se negó, tú lo sabes. »Se puso pálida como una muerta; en seguida me tendió la mano y me dijo, resistiéndose: »Renuncia a esa idea, Roberto; yo no puedo ser tu mujer.
El alcaide de sí mismo. Calderón, en esta comedia agradable, parece que renuncia á su estilo ordinario, y sigue más bien los pasos de Lope de Vega. El argumento es el siguiente: El príncipe Federico de Sicilia ha dado muerte en un torneo, en Nápoles, al sobrino del Rey, huyendo luego para no ser perseguido. Nadie presume quién pueda ser el matador, porque el Príncipe, á causa de la enemistad, reinante há largo tiempo, entre Nápoles y Sicilia, se ha presentado de incógnito y con la visera calada. Para asegurar más su huída, se despoja en un bosque de sus vestiduras lujosas, sustituyéndolas con un traje muy pobre, con el cual implora luego el auxilio de una señora principal, cuyo palacio encuentra á su paso; pretexta ser un mercader, que ha caído en manos de salteadores, y la compasiva señora, no sólo le promete su protección, sino que manifiesta agradarle mucho su trato, y lo nombra representante suyo en el castillo. Sabe él entonces, con horror, que su bienhechora es la princesa Elena, hermana del que ha muerto á sus manos, y empeñada á todo trance en apoderarse de su matador. Al principio, sin embargo, no teme ser descubierto, puesto que nadie lo ha visto en Nápoles, excepto la infanta Margarita, hija del Rey, con la cual ha entablado relaciones amorosas, á consecuencia de un encuentro casual, habido entre ambos. Mientras tanto, un campesino sencillo, pero algo travieso, llamado Benito, ha encontrado en el bosque los vestidos del caballero, poniéndoselos para que sus compañeros lo contemplen con tan inusitada vestimenta; apodéranse de él los emisarios del Rey, encargados de aprehender al matador de su sobrino, y lo llevan preso á la corte; sus trazas rústicas se interpretan como obra del disimulo, y creyendo el Rey que tiene en su poder al caballero fugitivo, lo envía á la princesa Elena para que lo guarde en su castillo.
La miraba como el descubridor de una isla o un continente, a quien la tempestad arrastrara lejos de la orilla, tal vez para siempre, antes de poner el pie en tierra. «¿Qué sabía él si jamás aquella mujer sería suya?». Su orgullo no renunciaba a ella. Pero otras voces le decían: «Renuncia para siempre a la Regenta». Ya se vería.
Palabra del Dia
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