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Actualizado: 8 de junio de 2025
La nieve, removida por las pisadas, estaba roja de sangre. En medio de un montón de cadáveres se veían dos oficiales jóvenes que aún se hallaban vivos y que sucumbían por el peso de sus caballos muertos. Era horrible el espectáculo; pero los hombres son, en verdad, feroces.
Y Salvatierra, como si olvidase la presencia del gitano y hablara para él mismo, recordó su arrogante salida del presidio, desafiando de nuevo las persecuciones, y su reciente viaje a Cádiz para ver un rincón de tierra, junto a una tapia, entre cruces y lápidas de mármol. ¿Y era aquello todo lo que quedaba del ser que había llenado su pensamiento? ¿Sólo restaba de mamá, de la viejecita bondadosa y dulce como las santas mujeres de las religiones, aquel cuadro de tierra fresca y removida y las margaritas silvestres que nacían en sus bordes? ¿Se había perdido para siempre la llama dulce de sus ojos, el eco de su voz acariciadora, rajada por la vejez, que llamaba con ceceos infantiles a Fernando, a su «querido Fernando»?
2 Por tanto no temeremos aunque la tierra sea removida; aunque se traspasen los montes al corazón del mar. 3 Bramarán, se turbarán sus aguas; temblarán los montes a causa de su braveza. 4 Del Río sus conductos alegrarán la ciudad de Dios, el santuario de las tiendas del Altísimo. 7 El SE
Algunas veces llegaba hasta el río, pero no ofrecía variantes el espectáculo: el agua amarillenta siempre estaba removida en sentido contrario a la corriente, por la marea que hasta aquella región alcanzaba; el aire cargado de humedad, saturado de las emanaciones de la brea, del cáñamo y de las tablas de pino.
La tierra, de puro labrada, abonada, removida, tenía no sé qué aspecto de decrepitud. Sus poderosos flancos parecían gemir, sudando una humedad viscosa y tibia, mientras en los linderos incultos, al borde del caminillo, quedaban aún rincones vírgenes, donde a placer crecían las bellas superfluidades campestres, las gramineas vaporosas, las florecillas multicolores, los agudos cardos.
Y era verdad que no tenía pareja el olor de la tierra bien enjuta, removida a la luz y al calorcillo vivificante del espléndido sol de febrero. Jamás lo había notado hasta entonces... Cierto que tampoco me había puesto yo en ocasión de notarlo.
Las pasiones anteriores enmudecían. Nadie osaba insinuar una petición por miedo a verla aceptada, teniendo que descender a la asfixiante penumbra del camarote removida por el aleteo del ventilador. Y fue en esta hora cuando Ojeda entabló su cuarta conversación con Mina Eichelberger. Habían cruzado la palabra por vez primera en la tarde anterior, al avistar el buque las islas de Cabo Verde.
Los cabellos se me erizaban, la carne me temblaba, sentia la sangre helada y la respiracion difícil, y algo como un sudor frio, como un vértigo de horror, me hizo, despues de dos horas de exámen la primera vez, decirle al amigo bondadoso que me guiaba: «¡Salgamos, salgamos de aquí, porque en esta cloaca se siente la tentacion de blasfemar, se pierde la esperanza, la vida se esconde bajo el fango y se adquiere una idea de la degradacion humana que abruma y trastorna la razón....» Muchas de aquellas callejuelas se hallaban, aún á medio dia, en una oscuridad casi completa, producida por la estrechez de las casas y la elevacion de los muros; y muchos de los patios, los vericuetos y las encrucijadas de aquel cementerio de cadáveres ambulantes, tenian el frio, la fetidez y todo el aspecto de una fosa de cien cuerpos removida por los cerdos.... Donde quiera la oscuridad, cien agujeros sombríos, la humedad glacial, el fango pútrido, los muros negros y medrosos, los depósitos de inmundicias, los harapos enmohecidos por la mugre flotando delante de las troneras irregulares habilitadas con el carácter de puertas y ventanas.... Y al pié de cada uno de esos edificios cubiertos de ollín y de lama húmeda, una tumba subterránea!
No; murió á las pocas horas lo mismo que si no hubiera llamado á nadie. Goicochea, temiendo nuevas impiedades del doctor, desvió el curso de la conversación. ¡Qué hermosa vista! dijo señalando la parte de la villa que se alcanzaba desde el porche, junta con un trozo de la ría y las montañas de las Encartaciones con sus cumbres rojas, de tierra removida.
Los mayores miraban con semblante serio las huellas de la lucha; los pequeños, riendo alegremente, triscaban como cabritillos; todos iban buscando vestigios del paso de la tropa y mostrándose mutuamente las peñas donde chocó una granada, la tierra removida en el piso de las zanjas y el musgo manchado por la sangre; pero lo que más les regocijaba era recoger cartuchos vacíos.
Palabra del Dia
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