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Actualizado: 16 de junio de 2025
¿Sabe que tendría gracia, D. Andrés, que usted fuese descalzo? No será más que hasta la rectoral. Cuando pasemos por allí entraré y sacare mis borceguíes de caza... Vaya, póntelos, que me das gusto en ello... La aldeana se resistió mucho tiempo, en broma primero, en serió después: le parecía un absurdo.
Paula era entonces una joven alta, blanca, fresca, de carne dura y piel fina, pero mal hecha. Una noche, a las doce, a la luz de la luna salió de la Rectoral, que estaba en lo alto de una loma rodeada de castaños y acacias, cien pasos más abajo de la iglesia. Llevaba en los brazos un pañuelo negro que envolvía ropa blanca.
El cura les dejó á la salida del villorrio y emprendió el camino pendiente y tortuoso de la rectoral. Los cuatro vecinos de Vegalora siguieron la calle de avellanos que conducía al río, salvaron el puente, y una vez en la carretera fué asunto de pocos minutos el poner el pie en la villa. Octavio apenas despegó los labios en todo el camino.
Ya que se hubo vestido nuestro joven, con no poco trabajo y dolor de su alma, se asomó a la ventana. En vez de tropezar su vista con los balcones de la casa de enfrente, pudo derramarla a su buen talante por el magnífico paisaje que había contemplado el día anterior. La rectoral estaba más alta que el pueblo, dominándolo perfectamente, y lo mismo al valle.
En vez de continuar hasta la rectoral, se sentó sobre un madero que había delante de las primeras casas. Sacó el reloj y vio que no eran más de las diez; y no encontrándose aún con deseos de acostarse, determinó de gozar un rato de la hermosura y serenidad de la noche. El fresco era demasiado vivo para estar quieto mucho tiempo. Se puso a dar vueltas por los contornos del lugar.
¿Por qué llora usted, Rosa?... ¿Tengo yo la culpa? No, señor contestó en tono colérico. ¿Entonces? ¡Este padre, que no tiene más gusto que avergonzarme! Desde aquel día Andrés acudió a casa de Rosa. Iba de ordinario por las tardes, después de comer, y se volvía a la rectoral al toque de oración. A veces también por la mañana le guiaban a ella el deseo y los pies.
Los ojos de Obdulia, inmóvil a la puerta mientras su padre llamaba, le siguieron algún tiempo. Antes de penetrar en la rectoral, el P. Gil volviose y quedó inmóvil también algunos instantes. Pero sus ojos no buscaron la puerta de donde aquélla acababa de desaparecer.
En invierno cae la nieve y aúllan los lobos en las inmediaciones de la rectoral; cuando Julián tiene que salir a las altas horas de la noche para llevar los sacramentos a algún moribundo, se ve obligado a cubrirse con coroza de paja y a calzar zuecos de palo; el sacristán va delante, alumbrando con un farol, y entre la oscuridad nocturna, las encinas parecen fantasmas....
Poco tardaron los bailarines en bajar hacia la rectoral, cantando y atruxando como locos, y con ellos descendió Julián. El cura esperaba en la portalada misma: recogidas las mangas de su chaqueta, levantaba en alto un jarro de vino, y la criada sostenía la bandeja con vasos.
La iglesia y la casa rectoral estaban un buen trecho más allá, en una angostura sombría y húmeda. Todo dormía en el silencio más completo cuando el joven sacerdote llegó. Las gallinas picoteaban en la calle delante de la casa; un gato rabón se lavaba la cara sentado sobre la paredilla de la huerta, y un mastín desorejado dormía de bruces sobre la tabla del hórreo vecino de la casa.
Palabra del Dia
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