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Actualizado: 16 de junio de 2025
Vendremos antes de ponerse el sol, D. Andrés... y le aseguro que vendremos bien acompañados. Esto dijo el seminarista guiñando un ojo. Y, en efecto, al día siguiente de madrugada, cuando aún no se veía del todo claro, llamó a grandes golpes a la puerta de la rectoral. Despertaron a Andrés de su profundo sueño, y después de mucho sacudirle, consiguieron ponerle en pie y que se aderezase.
Nuestro Señor así lo había enseñado cuando San Pedro cortó la oreja al soldado que venía a prenderle. Obdulia traslució bien los sentimientos que le agitaban y le aconsejó que dejase la rectoral y se estableciese en otra casa. Usted ya no puede vivir ahí después de lo que ha pasado, padre.
En sus continuos paseos por la estancia que ocupaba en la rectoral, mientras con el breviario en la mano decía los rezos obligatorios, a menudo se detenía ante la ventana, levantaba la punta del visillo y dirigía una mirada tímida y ansiosa al palacio de Montesinos. Allí estaba, adusto, impenetrable, hostil como un baluarte fabricado por la impiedad. Los balcones eternamente cerrados.
Además, de vez en cuando, para algún motivo piadoso, como una novena, una reunión de la cofradía, etc., la joven iba a la rectoral a consultarle, aunque le costase siempre un esfuerzo, porque tenía gran miedo a D. Miguel. Se le había metido en la cabeza que éste la miraba de mal ojo, que la despreciaba. Y acaso no le faltase razón para suponerlo.
Andrés disertó otro poco contra la chismografía del pueblo; y en estos dimes y diretes dieron sobre él, con lo cual nuestro joven cortó repentinamente y muy a su placer la conversación. Vaya, D. Jaime, yo sigo a la rectoral; hasta la vista. Vaya con Dios, señor; páselo bien.
El joven los escuchó pacientemente, puesto que una vez que otra le interrumpía para deshacer algún error o disculpar su proceder. Cuando el tema ya no dio más de sí, se levantaron, cambió la conversación, y paso tras paso llegaron hasta la rectoral. El cura subió a tomar el chocolate y Andrés se volvió al pueblo, por no querer meterse tan temprano en casa.
Había visto brillar las gafas de éste y ocultarse en seguida en una de las ventanas. Debajo, a la puerta misma de la rectoral, un grupo numeroso de muchachas bailaba la giraldilla, cantando a grito pelado coplas de circunstancias improvisadas en el momento.
Disfrutaba el párroco de Naya de una rectoral espaciosa, alborozada a la sazón con los preparativos de la fiesta y asistía impávido a los preliminares del saco y ruina de su despensa, bodega, leñera y huerto.
A las ocho de la noche, después de haber cenado con D. Miguel y de haberle visto retirarse a la cama en la dulce compañía de sus pistolas de chispa, el P. Gil salió de la rectoral con dirección a la casa de su protectora D.ª Eloisa Montesinos. Pocas veces iba a la tertulia que ésta reunía por las noches. Ni tenía gusto en ello, ni el régimen severo de la casa del cura lo consentía.
La noche estaba fresca, como todas las de otoño en aquel país; el cielo despejado y cubierto de estrellas; la luna aún no había salido. Al poner el pie fuera de casa, el sosiego del campo le refrescó como un baño y calmó su febril impaciencia. Bajó lentamente la calzada de la rectoral, atravesó el pueblo dormido y entró en la oscura cañada.
Palabra del Dia
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