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Actualizado: 26 de junio de 2025
Como el cuarto era principal, desde aquel sitio se vería muy bien pasar gente en caso de que la gente quisiese pasar por allí. Pero la calle de Raimundo Lulio y la de Don Juan de Austria, que hace ángulo con ella, son de muy poco tránsito. Parece aquello un pueblo.
En efecto balbuceó haciendo un esfuerzo, aquí está también la firma de... ese caballero. Se calló, mirando atontada el papel, que conservaba en su mano temblorosa; don Raimundo, apoyado en el bastón, la chistera sobre las rodillas, esperaba.
Como quiera que ello fuese, D. Raimundo se daba en Madrid tono de muy hidalgo, y su gentil presencia, su elegancia en el vestir y el dinero que solía gastar con rumbo, prestaban a su hidalguía no corto crédito.
Señora, hay casos, como éste, en que la sangría está indicada: acuda usted a los prestamistas particulares, a don Raimundo Portas, y no cito más que uno, que tiene una lanceta y un pulso de operador admirables. No, don Raimundo Portas, no exclamó misia Casilda con alarma poco disimulada. ¿Por qué no ve a Rocchio, el corredor?
El Doctor Miguel Amer, Catedrático de Prima en la Universidad. El P. Fr. Raimundo Mora, Lector de Vísperas en la misma Universidad, Dominico. El Padre Fray Nicolás Ferrer, Lector de Filosofía de S. Francisco de Paula. A Rafael Crespí Cortés, alias Billa. El Reverendo P. Fray Antonio Coll, Lector Jubilado y Exprovincial de San Francisco de Asís.
Jerónimo de Balbastro, Capuchino. A Violante Forteza, mujer de Rafael José Cortés, alias Filoa. El Doctor Raimundo Llinás, Rector de Santa Eulalia &c. El Reverendo P. M. José Artigues, Dominico &c. El P. Fr. Antonio Miralles, de S. Francisco de Asís &c. A Isabel Aguiló, mujer de Pedro Juan Aguiló de Pedro Juan. El Doctor Miguel Amer, Presbítero &c.
Sólo a plazo vencido y letra protestada contestó don Raimundo levantando un dedo, lo que al muchacho se le antojó terrible signo de amenaza. Todavía el plazo no había vencido, faltaba un mes, pero la suerte le trataba tan mal que pensaba con terror ver llegar el 22 de junio, sin un centavo que ofrecer a aquella fiera de los colmillos saltones. ¿Le habría conocido?
Quilito llevaba, a guisa de bandera, el faldón de don Raimundo, y gritaba: ¡Muera Schlingen! Susana Esteven repasaba al piano una sonata de Beethoven. Antes de salir a compras, en compañía de Angelita, su madre le había dicho: ¡Me atacas la cabeza, Susana, con esa sonata! Parece que tocas a ánimas o que llamas a misa.
Clementina había echado los cierres de las ventanillas para no ser vista de algún conocido; pero en cuanto salieron de la Puerta de Alcalá pidió Raimundo que los bajase; por cierto con tan poca oportunidad, que en aquel momento cruzó a su lado una carretela abierta donde iban Pepe Castro y Esperancita Calderón, recién casados.
Pero como Raimundo gozaba tal fama de muchacho formal, de conducta intachable, como hacía ya tiempo que manejaba y cobraba los cupones, y como en fin no le faltaban más que tres años para llegar a la mayor edad, su tío no quiso recogerlos. Los dejó en el mismo cofrecito que estaban.
Palabra del Dia
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