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Actualizado: 26 de junio de 2025


Pero el otro no callaba; volvió a la carga sobre aquello de los pájaros gordos, que parecían repletos y sin embargo iban a pedirle un poco de alpiste, bajo secreto de confesión... Jacinto no chistó. O no hay nada, o no sabe nada se dijo don Raimundo. Entretanto, en el escritorio, Quilito se aburría.

Siguió adversa la suerte, y entretanto, llegó el plazo fijado por don Raimundo; no hubo más remedio que impetrar del viejo la salvación.

¿Su tío? exclamó don Raimundo con desdén, ya lo veremos para junio; entretanto, abur, joven, que no estoy para perder tiempo. Igual cosa aconteció, cuando Jacintito trató de echar mano de sus faldones, como ahogado que se agarra a un cable. El solo nombre de Esteven, produjo en el prestamista desgraciado efecto; no, no tenía dinero disponible, y mucho lo sentía: más tarde, después, quizá...

Por último, cogiendo al banquero por la solapa de su gabán de pieles, le dijo atropellándose por la ira: Por supuesto; esos dos puercos, el empleado y el inspector, quedarán a escape cesantes. Veremos, veremos respondió el duque, inquieto y confuso. Ya está visto. Hasta que me traigas su cesantía no te presentes en mi casa, porque no te recibo. #Los amores de Raimundo.#

Es una alcurnia noble de Cataluña. ¿Ha estado usted en Cataluña?... Quizás haya usted conocido al conde de Miralcamp, que es Aransis, al alcalde de Cervera, que es D. Raimundo Aransis. También conozco yo en Solsona una monja Aransis, que es hermana de Paquita. ¡Ah! , la conozco dijo Salvador prontamente, herido por vivísimos recuerdos.

¿Y su papá de usted? preguntó don Raimundo bajando la voz, ¿qué tal le va en medio de esta marejada? Me habían dicho que tuvo pérdidas de consideración el último mes y que dos quebrados le dejaron clavado. ¡Macanas! respondió Jacintito con desprecio; el viejo sabe lo que se hace. Muchas veces por saber demasiado, se yerra peor, mi amigo.

Raimundo Alcázar, que así se llamaba aquel joven rubio tan pertinaz y enfadoso que siguió a Clementina cuando hemos tenido el honor de conocerla al comienzo de la presente historia, recibió la mirada iracunda que aquélla le dirigió al entrar en casa de su cuñada con admirable sosiego y resignación.

Acometióle un deseo penetrante de cambiar con Raimundo, a solas, algunas tiernas palabras de cariño, algunas caricias fugitivas. Y buscóle con los ojos entre la muchedumbre. Raimundo había vagado toda la noche por los salones casi siempre solo. Había esperado el baile con deseo pueril, prometiéndose vivos e ignorados placeres.

¡Si todos fueran como usted! decía don Raimundo guardando enternecido los billetes en el bolsillo interior de su levitón; se está poniendo la plaza de tal modo, que no sabe uno ya con quién trata. Ya tendrá usted sus quebraderos de cabeza insinuó Jacinto, y qué gastar muchas botas y cansar mucho las piernas.

, señora; desde niño. He logrado reunir una cantidad de especies bastante respetable. Las tengo muy lindas y curiosas. Mire usted. Clementina se acercó a uno de los armarios. Raimundo se apresuró a abrirlo y le puso en la mano un cartón donde estaban fijadas algunas lindísimas de vivos y brillantes colores.

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