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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Bien lo entenderá el que haya visto desaparecer de este mundo a un ser querido. Suele haber cierta voluptuosidad en escarbar la llaga, en renovar la pena y el llanto. Raimundo no podía contemplar mucho tiempo el rostro de Clementina sin sentir las lágrimas correr por sus mejillas. Por esto, quizá, era por lo que la buscaba en todas partes.
Antes de llegar a la verja, en un rincón del camino oscurecido por la sombra de algunos árboles, los pies de Clementina tropezaron con un objeto que por poco la hace caer. Dió un grito: se le figuró que el obstáculo era el de un cuerpo humano. Raimundo sacó un fósforo, y en efecto, reconocieron que era un chico de diez a doce años el que allí estaba tirado. Pusiéronle en pie.
Perdóneme usted en gracia del motivo respondió el joven apretándole la mano con naturalidad y afectuosa simpatía que lograron interesar a la dama. Pero no lo demostró. Al contrario, se puso más seria y emprendió la marcha hacía la sala. Raimundo la siguió.
Se había hecho fusionista y había consentido en ser jefe de aquel partido político y alcalde en Villalegre. Era viudo, hacía ya quince años. Y hacía cerca de siete que tenía a su único hijo, D. Raimundo Roldán de Cadenas, estudiando o paseando y holgando en Madrid, pues sobre este punto, difieren no poco los autores.
A quien se va a llevar el diablo es a mí dijo Jacintito estrujando con rabia el periódico, ¡estoy de un humor! ¡maldito sea o senhor don Raimundo de Melo Portas e Azevedo! ¿Te ha echado otra vez la garra? ¿Cómo no? pero la culpa es mía. ¡No le costó poco arrancarle al viejo los cinco mil nacionales, que debía al pícaro portugués!
La casualidad vino en su ayuda resolviendo el asunto a su placer, cuando menos lo pensaba. Una noche se encontraron en el teatro de la Comedia. Raimundo, que transcurrido el año de luto solía ir de vez en cuando, estaba con su hermana en las butacas. Ella ocupaba un palco bajo frente a ellos.
No tuvo tiempo más que para echarse hacia atrás y llevar una mano a la cara. Quedóle la duda de si la habían reconocido. Raimundo, a costa de grandes esfuerzos, había conseguido dominarse, pero sólo a medias. Clementina hacía lo posible por distraerle. Le hablaba, como una buena amiga, de asuntos indiferentes, de sus conocidos, dando por supuesto que seguiría frecuentando su casa.
Aquí tienes a la señora de quien te he hablado, que tanto se parece a mamá. Aurelia la miró sin saber qué decir, sonriente y cada vez más ruborizada. ¿No se parece muchísimo? Dí. Yo no lo encuentro ... respondió la joven después de vacilar. ¿Lo ve usted? exclamó la dama volviéndose a Raimundo con la sonrisa en los labios . No ha sido más que una fantasía, una alucinación.
Así me lo ha asegurado su Párroco de Santa Eulalia el Doctor Raimundo Llinás Excatedrático de Teología en esta Universidad, Examinador Sinodal y Calificador del Santo Oficio, después de haberme hecho merced de mirar los libros de Matrimonios, de veinte años a esta parte: añadiendo, que el mayor número de dichos casamientos, se han habido de hacer con dispensación.
Raimundo, guardando en los oídos el eco de su voz y en su corazón el fuego de sus miradas, quedaba también silencioso, más atento, en verdad, a la música que sonaba dentro de su alma, que a la que venía del escenario. Una noche, tanto pegó el rostro a la cabeza de la dama, que ¡oh prodigio! se arrojó a rozar con los labios sus cabellos peinados hacia abajo en trenza doblada.
Palabra del Dia
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